24 nov 2008

Letizia, Borges y el Infinito

En la pasada edición del Premio "Felipe Trigo" de Novela, coincidí con Manolo Pecellín actuando ambos como miembros del Jurado. En el transcurso de aquellas dos jornadas, mantuvimos muy interesantes conversaciones sobre temas diversos pues se ve que conectamos en nuestros puntos de vista y aficiones, pese a su profesión de filósofo, poeta y ensayista, y la mía de matemático-narrador. (No todas las disciplinas está tan compartimentadas como se piensa.) Por entonces me pidió Manolo que colaborase en el Boletín de la Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes con un artículo sobre literatura y matemáticas, pero que no llegase a asustar al lector. (Esto último no sé si lo he conseguido.)
Orgulloso de su ofrecimiento, resumí el contenido de un ensayo largo (150 páginas) que nunca llegué a mandar a un editor ya que otras tareas más urgentes me obligaban siempre a postergar el pulido definitivo del texto. Se trata de un examen del concepto del infinito, urdido a partir del inquietante relato La Biblioteca de Babel del inmortal Jorge Luis Borges. Con mayor concreción, el punto de partida es la nota a pie de página final en la que el escritor argentino atribuye a su amiga Letizia Álvarez de Toledo una errónea concepción de los cardinales infinitos aplicados a la Biblioteca.
El artículo Letizia, Borges y el infinito ha sido recientemente publicado en el boletín del año 2008 que puede leerse en el enlace

18 oct 2008

Reales narices de cera

La primera vez que estuve en Roma, Franco aún vivía, entré en el Museo de Cera. Y más que las escenas, los personajes o los objetos expuestos para llamar la atención del público, me llamó la atención que aquello llamara la atención del público. En concreto, recuerdo que en un rincón tenebroso exhibían un moderno y práctico garrote con su condenado y todo, sentado, el palo a la espalda, bien abrigadito su cogote, y el impepinable verdugo detrás, agarrando la palanca, tensados los bíceps, congelado el funcionario en el instante supremo del espectacular giro de la muerte. En un panel lateral se explicaba a los visitantes el funcionamiento de tan curioso artefacto. A mí, procedente del país que no solo había logrado un notable avance técnico en el diseño del aparato, sino que todavía lo usaba con admirable éxito (Puig Antich lo demostró aquel mismo año), no me hacían falta ninguna de esas aclaraciones pues en España nos habíamos familiarizado con su uso. Por eso me asombró que escogiesen el garrote en lugar de otros métodos, todavía legales por aquella época en países civilizados, de mucha menor eficacia que el invento hispano. Parecía que en Italia causaba horror aquella impresionante modalidad de pena capital en lugar de la pena capital misma. Aunque en mi caso no surtió efecto, desde entonces confié en la profesionalidad de los directivos de este tipo de establecimientos para la selección de temas que provoquen terror entre sus compatriotas.
Porque eso es lo que en mí provocan los directivos de la correspondiente exposición de Madrid, terror. Nunca he traspasado sus puertas ni creo que llegue a hacerlo, pero los escultores de cera madrileños consiguen asustarme pese a los quinientos quilómetros protectores que median entre mi casa y sus obras. Y es que el cariz que toman las abultadas secciones de pamplinas de los informativos de televisión me pone los pelos de punta. Sabido es que un ataque de legañas que afecte a algún miembro de la familia real se convierte en noticia de enorme magnitud. Un bombazo, vamos. Y en el Museo de Cera son conscientes de ello. Nada mejor para obtener publicidad gratuita que trasladar las vicisitudes palaciegas al inocente producto apícola. ¿Que una infanta se separa del marido?, trasládese la imagen de su ex a la sala de cuernos. ¿Que una princesa se regala un toquecito estético en su narizita?, derrítase de inmediato la cantidad exacta de cerumen en su copia faxímil. Y todo ello se narrará a través de las ondas con el papanatismo acostumbrado y se ilustrará con abundancia de imágenes y se comentará durante días en sesudas tertulias de intelectuales de primera fila para regocijo y refocilación del pueblo llano.
Me lo veo venir, a saber si la Reina se opera de las bolsas de los ojos o a uno de sus adorables nietecitos le recetan corrector dental o le salen entradas y tonsura al simpatiquísimo Iñaqui o hay un estirado general de arrugas o, lo más probable pues estos borbones han probado históricamente ser muy prolíficos, las barrigas de sus féminas se abultan durante nueve meses para decrecer de golpe... Y los espectadores delante de la tele, reportaje tras reportaje, enternecidos por peripecias tan inauditas, difrutando con sonrisas bobaliconas que surjen de actos reflejos, admirarán la labor constante y abnegada de los trabajadores del Museo de Cera de Madrid.
Lo dicho, vaya unos profesionales del terror...

3 oct 2008

Entrevista en la web de Irreverentes

ENTREVISTA a Alberto Castellón

(Publicada en la página web de Ediciones Irreverentes)

. ¿Pero de qué va vestido, señor Castellón?, ¿de indio sudamericano?
Ja, ja..., ha dado en el clavo.

P. ¿Me dejará fotografiarle así?
Faltaría más: este es uno de los uniformes de Takiraris, mi grupo de música andina. ¿No se interesó usted por mi seudónimo, El síkuri? Pues esto es un siku. Y el síkuri es el que sopla el siku.

Para leer la entrevista completa, pinche aquí

27 sept 2008

El juego de tu vida

En mi casa se ríen de mi afición a este programa de Telecinco. Soy el único que lo ve. Tampoco conozco a enganchados entre mis amistades. Esta circunstancia, unida a la hora intempestiva a la que se emite, me llevan a deducir que aquel concurso, importado de USA, faltaría más, no goza de demasiada audiencia. Al menos entre la gente que me rodea. Quizá se explique entonces esta singularidad en mis gustos por cierto componente sádico enterrado en mi subconsciente. De ahí que crea oportuno, queridos amigos, resumiros en breves líneas la mecánica de ese espacio televisivo.
  • En el centro del plató se sienta el concursante frente al público, mientras que en la primera fila del graderío se ubican tres personas, por lo general parientes o amigos, elegidas por aquel.

  • La presentadora, Emma García, formula preguntas de la vida y costumbres del participante a las que este ha de responder con escuetas afirmaciones o negaciones. Las cuestiones las han elegido los guionistas de entre las 200 que contestó días antes enchufado a un polígrafo.

  • Si coincide su sí o su no con lo que dijo ante el detector, se supone que dice la verdad. En caso contrario, la mentira. Los aciertos se premian subiendo la cantidad que puede llevarse, desde 1.000 hasta 100.000 euros.

Para lo que narraré aquí, basta con estas explicaciones. El juego se basa pues en averiguar si prevalece la avaricia sobre la vergüenza o el bochorno, si el interfecto venderá sus secretos más íntimos por un plato de jamón ibérico, se conformará con el de lentejas o saldrá sin un céntimo, quedando encima como el culo. Porque este es el desenlace más frecuente, el de salir sin un céntimo y haber quedado como el culo. Solo en dos ocasiones vi alcanzar los 100.000 euros, que, si se piensa con detenimiento, tampoco salvan a nadie de la ruina. En el primero de los casos, además, me apuesto la cabeza a que las insólitas manifestaciones del ganador, que también quedó como el culo, le acarrearon la pérdida de su empleo. Ale, marchando, toma tus 100.000 euretes, pero vete a tu casa sin trabajo, sin mujer, peleado con tu hermano y con 2 nuevos enemigos. Solo unos pocos, los más afortunados, sabedores de las iniquidades que confesaron la víspera ante una máquina y algo moscas porque se pongan de manifiesto durante el interrogatorio, tiran la toalla para plantarse en unos miserables 5.000 ó 10.000 euros, no sin antes, por supuesto, haber quedado como el culo.

A lo mejor proviene de ahí el disfrute, de ver cómo afloran las miserias humanas de un desgraciado que se ha puesto voluntariamente en la picota del deshonor persiguiendo la zanahoria de un cheque bancario. Ay, aquellos tiempos en que el honor se consideraba una cualidad irrenunciable del ser hispano...

Deseo ilustraros mis afirmaciones de arriba con la participación de la concursante de este jueves, una tal Camino. Iba acompañada de su madre, su hermana y el hombre con quien convive y al que llama su marido.

Emma: ¿Consideras que el físico de tu marido no está a tu altura?

(Ella está de buen ver, sí, mientras que él es calvo, gafudo, ojos como canicas y rostro caído hacia la mandíbula. Se masca pues la obviedad.)

Camino: Sí.

(Transcurren varios segundos durante los que resuena el eco de un gong misterioso. Alfombra musical tenebrosa de fondo.)

Voz en off: Eso es..., verdad.

Aplausos. Risas. El más divertido de todos, el marido. Más adelante, un conjunto muy bien seleccionado de preguntas, todas de respuesta afirmativa, deja establecido que el comportamiento sexual de Camino se inclina a la ninfomanía, con marcada tendencia al adulterio, cuando no a la franca prostitución.

Emma: ¿Has fornicado en los probadores de los grandes almacenes? (...) ¿Le has pedido a tu hermana su piso para hacer allí el amor con hombres? (...) ¿Has aprovechado la ausencia de tus padres para follar? (...) ¿Te realizas frecuentes análisis clínicos a causa de tu promiscuidad? (...) ¿Te has acostado con más de un hombre en el mismo día? (...) ¿Has realizado por dinero una actividad que ocultas a tu familia? (...) ¿Has cobrado por mantener sexo telefónico?

Camino: Sí, sí, sí, sí...

Voz en off: Eso es..., verdad, verdad, verdad...

La madre, horrorizada por semejantes revelaciones de las que no tenía ni idea, se tapa la cara. El marido y la hermana alternan los tics nerviosos con las sonrisitas. El público deja de aplaudir en las respuestas más denigrantes. Otras cuestiones ponen en peligro su puesto de trabajo.

Emma: Para no perderlas como clientas, ¿les ocultas a algunas de ellas los peligros de la fotodepilación? (...) ¿Has sentido naúseas alguna vez por la falta de higiene de tus clientas?

También se dibuja como antojadiza y despilfarradora .

Emma: ¿Has pedido dinero a tu hermana para llegar a fin de mes? (...) ¿Te has gastado en caprichos el dinero que te ha prestado tu familia?

Pero, sin duda, lo peor parado es su matrimonio.

Emma: ¿Dejas para tu marido las faenas de casa que no te apetecen? (...) ¿Crees que tu marido tiene gustos de mujer? (...) ¿Consideras que no dedicas lo bastante a tu hijo? (...) ¿Evitas presentar a tu marido como tal porque te avergüenzas de él?

Camino: Sí, sí, sí, sí...

Voz en off: Verdad, verdad, verdad...

O sea, aparte de sustituir su instinto maternal por el furor uterino, considera a su marido afeminado, feo, cabrón, calzonazos, gilipollas... Y el marido, tal vez por esto último, por lo de gilipollas, sigue estirando los labios hasta las orejas. Pobre tonto... Habréis sospechado cómo acabó el programa, claro: Camino se fue con los bolsillos vacíos, amén de haber quedado como una salida en celo permanente, una manirrota caprichosa, mala hermana, mala hija, esposa déspota y despreciativa y madre descuidada. En definitiva, como el culo.

15 sept 2008

Lección de música

El sábado por la tarde, intentaba trabajar en mi último libro, cuando comenzó a colarse por la ventana de mi despacho una musiquilla que me desconcentraba. Por eso he conjugado el verbo intentar, porque me confieso incapaz de escribir literatura escuchando música. Imposible redactar una oración decente. (Sin embargo, a buen seguro a causa del efecto Mozart del que otro día os hablaré, me sucede todo lo contrario si trabajo con las matemáticas.) La melodía que me importunaba consistía dos frases y media del Cumpleaños feliz. Reconocí de inmediato que la interpretaban con una flauta dulce, una de esas flautas de plástico blanco que usan en el colegio. Por la tesitura intermedia debía de ser la contralto. Deducción: un chaval de mi bloque, al que le han comprado ya el material escolar, pretende iniciarse en el instrumento con un sonsonete que le es conocido. Antes de continuar leyendo esta entrada, queridos amigos, deberíais reproducir el fichero wav del enlace de abajo, en el que imito los frustrados intentos del imberbe flautista por tocar el Cumpleaños feliz.
Pinche aquí para descargar el fichero wav.
¿Lo habéis hecho? Si ha sido así, comprenderéis cómo me irritaba semejante soniquete. Aparte de lo dicho en general para la música, que me saca a patadas de la acción de teclear, se me revolvían las tripas cada vez que el pimpollo fallaba en ese Do del tercer espacio del pentagrama en clave de Sol. No atinaba con esa nota.
Y entonces bajó del cielo, zigzageando, la brillante idea que se me enroscó como una bombilla de 100 vatios en todo lo alto de mi cabeza. Saqué del armario mi flauta de orquesta. La desenfundé. Monté sus 3 cuerpos. Armado con ella, abrí con sigilio la puerta de mi terraza para salir al exterior a cuatro patas, gateando, ocultándome tras el antepecho de ladrillo, como un francotirador que se apresta a cometer el magnicidio. Y sentado en el suelo, a cubierto de las miradas de los vecinos, soplé la melodía contenida en el archivo siguiente:
Pulse aquí
¿Habéis notado cómo recalqué con un calderón bien largo el punto en el que el zagalín se atrancaba? Tras mi tonadilla, me retiré con idéntica precaución a mi despacho. Alerta, junto al ventanal, esperé un instante por si el mozalbete respondía a mi lección a distancia. El instante se transformó en un rato sin que se sintiese el menor sonido. El rato, en un rato más largo..., y hasta la fecha. Se ve que he frustrado la incipiente carrera de un flautista. Y no era esa mi intención, ¿eh?, que solo pretendía ayudar al niñín a encontrar el Do agudo que buscaba. Pero mis ansias didácticas se trocaron en vacuna musical. Eso sí, el inconsciente correctivo fue mano de santo. Desde el sábado he escrito ya 6 páginas en un delicioso silencio.

12 sept 2008

Hoy no es mi segundo cumpleaños


Hace cierto tiempo, la casa de cultura del ayuntamiento de una localidad importante de la costa me invitó a participar en uno de los encuentros con autores que organizan allí. No puedo ser más explícito ni en los lugares ni en las fechas por la razones que pronto se pondrán de manifiesto. La sesión transcurrió como en otras ocasiones. Hablé un poco de mis novelas, más de las circunstancias que concurrieron en torno a su creación que de las tramas en sí, finalizando el acto con un ameno intercambio de opiniones entre los asistentes. Durante la hora y media que duró aquello, me fijé en un hombre espigado y muy bien vestido que se sentaba en la cuarta fila. No apartó de mí su mirada en ningún instante. Empuñando un pequeño paraguas plegable, inútil sin amenaza de lluvia, con él asentía a cada una de mis aseveraciones moviéndolo muy despacito de arriba a abajo, como una baqueta que golpea a cámara lenta el platillo de una batería. Tanto interés prestaba este fulano a mis palabras, que creí que intervendría en el turno del público, cosa que no aconteció.
Tras firmar algunos ejemplares, los organizadores me llevaron a tapear por los bares del centro. Conforme a mi costumbre, solo bebí cerveza sin alcohol. Una vez que me despedí de ellos y me encaminé hacia mi hotel, al paso por una coctelería del paseo marítimo se me antojó una copa de cava. Los abstemios solemos caer en estas debilidades. Y ahí estaba yo, sentado en la barra, con el Codorníu burbujeando delante de mí, cuando un paragüitas fue depositado en el mostrador, justo a mi derecha. Lo reconocí de inmediato.
¿Me permite que lo convide? Por supuesto, usted estuvo en mi charla, ¿verdad? Así es, me gustó mucho, por eso quiero pagarle la consumición, pero, ¿no es mejor que nos tuteemos? Claro, no me importa, ¿y tú no me acompañas? Ahora mismo, camarero, por favor, traiga una botella. ¿Una botella?, por Dios, te la beberás tú, porque yo no seré capaz, acabaría con una trompa... Vamos, Alberto, no te rajes, además, ya es lo bastante tarde como para librarse de las costumbres, ¿qué hora tienes? Las veintitrés cincuenta. ¿Ves, Alberto?, casi media noche: hay que celebrar que se termina el día: y tú tienes doble motivo para la celebración pues has inaugurado tu segunda fecha de cumpleaños.
Entonces ni le pregunté a qué venía aquello del segundo cumpleaños. Solo quería deshacerme de ese compromiso, en aquel momento incómodo, para acostarme en mi habitación ante el televisor. Sin embargo, poco a poco cambié de opinión. Este individuo, del que tampoco me atrevo a desvelar el nombre con que se presentó, a buen seguro falso, resultó mantener una conversación muy atractiva. Sabía de todo, Qué cultura. Igual analizaba las consecuencias del tercer principio de la termodinámica que comentaba la lamentable interpretación de una sinfonía de Anton Bruckner en el pasado festival de Siena. Recitó versos de Pessoa en un excelente portugués. Detalló sin titubeos la receta del steak tártara. Enunció conjeturas sorprendentes sobre teoría de supercuerdas. Me explicó las reglas del baseball, desconocidas para mí. Enumeró de carretilla las proporciones exactas del hombre de Vitrubio y sus relaciones con la obra de Leonardo. Incluso mostraba soltura en los campos del conocimiento a los que me dedico. De hecho, discutimos un buen rato sobre la fiabilidad de las demostraciones matemáticas que recurren a algoritmos solo accesibles a los supercomputadores. Y encima, aderezaba sus frases con todos los registros posibles del humor, desde las sutilezas del británico, hasta el más desternillante sarcasmo irreverente. Reímos a reventar.
En definitiva, sentí por él una enorme simpatía. Así se comprenderá lo insuficiente de una única botella para velada tan intensa. Recorrimos varias terrazas. Cerramos algún club. Nos refugiamos en ruidosas discotecas. Siempre parloteando. Siempre con cava. Siempre intercalando estruendosas carcajadas. Y ya con las luces del amanecer, andando por la playa rumbo a mi alojamiento, sorteábamos un sector de hamacas cuando pronunció una insólita confidencia.
En una tumbona como aquella, Alberto, abandoné a mi última víctima.
A pesar del componente sincero de sus pupilas pensé que se trataba de otra de sus chanzas. Intenté seguirle la corriente.
Quién era, ja, ja..., ¿una raspa de sardina?, ¿una gaviota? Te equivocas, Alberto, era una anciana, hoy me tocaba cargarme a un varón de mediana edad como tú. Y esa hamaca, como tú muy bien dices, es un lugar tan bueno como cualquier otro. ¿Como yo bien digo?, ¿cuándo he dicho eso? Pues en tu última novela, ¿no te acuerdas?, te lo recuerdo yo: cualquier paisaje es susceptible de convertirse en la escena de un crimen. Ah, sí, eso lo puse en Regina angelorum, pero..., no lo afirmarás en serio, ¿verdad?, aquello solo era literatura...
La incertidumbre desapareció al desenfundar lo que antes tomé por un inofensivo paraguas plegable. Entonces supe con absoluta certeza que paseaba junto a un asesino. Y también lo inútil de salir corriendo. Al parecer, siempre daba una oportunidad a sus presas. Lo consideraba un acto de deportividad. En mi caso, me salvé al pronunciar la hora en un formato inusual. De haber dicho las doce menos diez, no estaría ahora escribiendo esta entrada en el blog. Eso me contó. Y concluyó con que su éxito se basaba en no obedecer a ningún patrón. Se mofaba igual de los investigadores policiales que de los psicópatas. Porque, según él, los primeros esperan patrones de conducta como pistas para dar con el criminal en serie, mientras que los segundos, por el gusto idiota de mostrar su inteligencia, elaboran exóticos patrones a los que ajustarse en sus fechorías. Y él precisamente no se atenía a ningún patrón. Hasta bromeó calificando su modo de operar como un metapatrón, que es la ausencia total de patrones.
Para cuando llegamos a mi hotel, se me habían pasado la borrachera y las ganas de reír. Temí que se arrepintiera de su amable indulto. No quiso entrar en el hall. Se despidió con un apretón de manos desde el umbral de la puerta giratoria.
Bueno, Alberto, no perdonaba a nadie desde hace años. Eso sí, sospecharás que no tendrás la misma suerte si desvelas mi identidad. No te preocupes, mis labios están sellados. Lo sé, pero quiero, tú que eres escritor, que cuentes lo sucedido esta noche y lo publiques en alguna parte, eso sí, omitiendo cualquier detalle que lleve a mi persona. Te lo prometo, así lo haré.
Queridos lectores de este blog, acabo de cumplir mi promesa en una fecha que no tiene nada que ver con la de mi segundo cumpleaños.

11 sept 2008

Fotos madrileñas


Miguel Ángel de Rus me acaba de enviar estas fotos de cuando se presentaron a la prensa, en el café El Espejo de Madrid, las novelas Los viajes de Eros, de Pedro Antonio Curto, y Victoria y el fumador, mi segundo libro.

Obsérvese, arriba a la izquierda, el morbo literario con el que la interesante mujer de bufanda y abrigo contempla la escena. Quizá por eso acabamos disfrutando ella y yo de un cocido completo en una tasca de la capital.

26 ago 2008

Bravo por Ara Abrahamian

Primero lo leí en el Teletexto. Luego esperé a que emitieran el corte. Sí señor: ahí estaba, materializado en una acción, el gesto que había imaginado en otras ocasiones. No solo en una competición de lucha, sino en cualquier otra en la que el resultado dependa del dictamen de unos, en hipótesis, expertos. Aquí, un luchador sueco de nombre ritual, Ara, arroja al centro del coso la medalla de bronce que poco antes le colgaron al cuello. Nada entiendo de este deporte, pero más confío en el sentimiento ultrajado de un deportista de prestigio, como este tal Abrahamian, que en las decisiones de unos árbitros, con frecuencia demasiado cercanas a la política o a la compensación. En seguida me identifiqué con la actitud de Abrahamian. No me hizo falta contemplar al combate, que seguro le birlaron, ni recurrir a las opiniones de los entendidos ni ahondar en los vericuetos de esas competiciones a las que jamás he asistido. Ni siquiera me influenció la postura agraviada de la delegación italiana, que lo interpretaron como una ofensa para su oro, ni tampoco los argumentos de quienes abogaban por una protesta formal antes que por montar una escenita. ¿Protesta formal? Ja. Naranjas de la China. Y si no, recuérdese lo sucedido con los campeones olímpicos de vela en barco ajeno. Las protestas formales no suelen llegar a ninguna parte. Nada de protestas formales. Dignidad. Ante todo: dignidad. Bravo por Ara Abrahamian, quien se lleva toda mi simpatía. Se quedó sin oro y sin bronce, mas se fue al vestuario dejando tras de sí una estela de dignidad y de orgullo.
¿Qué es lo que vale más? Para mí, la respuesta es clara. Y la refuerzo con un episodio de mi niñez que nunca olvidaré.
Contaba con 3 añitos. En la escuela, ya desaparecida, a la que asistía en calle Beatas se estilaba colocar a todos los alumnos en fila de a uno para bajar las escaleras al término de las clases. Las mamás esperaban en la calle a que saliéramos en ese desfile angelical. En un mundo masculino como el de entonces, encabezábamos la hilera los varones. No sé por qué razón, doña Emilia, mi maestra, me situaba a mí siempre el primero. Tal vez se debiese a que le caí en gracia o porque ingresé en el colegio sabiendo ya leer y escribir. El caso es que una mañana nos encontrábamos formados y dispuestos a descender por los peldaños cuando doña Emilia nos castigó por hablar sin su permiso. Todos de rodillas, gritaba enfadada. Y todos se pusieron de rodillas menos yo.
Alberto, por qué no te arrodillas. Porque yo no he hablado, señorita. No me importa, esto es un castigo colectivo: he dicho que todos de rodillas y tú te pones de rodillas. No, señorita, que se pongan de rodillas los que hayan hablado, pero yo no he hablado y yo no me pongo de rodillas. Alberto, por favor, arrodíllate de una vez como los demás. No.
Y así se entabló un forcejeo verbal que acabó en forcejeo físico. Doña Emilia se postró a mi lado. Arrodillada a mi derecha, parece que la estoy viendo, tiraba hacia abajo de mi babero para obligarme a hincar las rodillas en el suelo.
Ponte de rodillas, Alberto. No, señorita, yo no he hablado, luego no me pongo de rodillas. Alberto, te lo estoy pidiendo por favor. No, señorita. Mira, Alberto, que te coloco el último de la fila como no te arrodilles. Póngame el último de la fila, señorita, pero yo no me arrodillo por que yo no he hablado.
Y así fue. Mantuve el tipo. Doña Emilia, a quien cierto es que quería muchísimo, no logró doblar mis rodillas ni con sus órdenes ni con sus ruegos ni tirando hacia abajo de mi babero: salí el último, claro. Mi madre llegó a pensar que algo me había pasado pues vio marchar a toda la escuela hasta que aparecí por el rellano, con los ojos congestionados por las lágrimas. Doña Emilia, que bajaba tras de mí, la puso al tanto de lo acontecido, casi como disculpándose por haber alterado de forma tan notoria el turno de descenso de las escaleras.
Mire usted, doña Ángeles, y no he conseguido que Alberto se arrodille, y, como comprenderá, algo tenía que hacer, no podía dejar que mermara mi autoridad ante el resto de la clase. No se procupe, doña Emilia, lo entiendo perfectamente, no pasa nada..., ha hecho usted muy bien.
Pero mi madre, una vez que nos encaminamos a la casa, no me regañó ni afeó mi actitud ni me echó nada en cara. Se agachó, me limpió los mocos y me cogió de la mano para seguir caminando, en silencio, con la vista y la sonrisa puestas en mí. En ese momento supe que ella habría actuado igual que yo. Salí el último. Sí. Y llorando desconsolado. Pero con mis lágrimas de dignidad y de orgullo.

6 ago 2008

Nacional 340

Ya estoy de vuelta de mi viaje a pie desde Málaga a Almería. Durante esos 7 días, escribí 85 páginas de notas y tomé cerca de 1.000 instantáneas. Tengo material suficiente para el libro de viajes que quería abordar. Ya os contaré en él mi caminata. Por ahora, queridos lectores de este blog, podéis ver las fotografías clasificadas por jornadas en los enlaces de aquí abajo:

    Tened en cuenta, si las veis, que no pretendía tomar imágenes espectaculares, sino solo ayudar a la memoria con detalles que se plasmarán en la narración.

31 jul 2008

La granizada


Entrevista realizada por Daniel Molina y publicada en la sección La Granizada del diario SUR el 29-07-2008
Para leerla completa, pinche en el titular.

Alberto Castellón, matemático, músico y escritor: «He llegado a actuar encima de un camión de verduras»
52 años/ Se define como un hombre todo terreno/ Es miembro del grupo Takirari/ Estudió Matemáticas por accidente / Planea ir andando hasta Almería/ Dice que cree en la suerte y no en el destino

UNA ENTREVISTA DE
DANIEL MOLINA

Opina Ver comentarios (14) ÁMBITOS. Alberto Castellón compagina su pasión por las matemáticas, la música y la literatura. / CARLOS MORET
Perdone que le diga pero me resulta extraño verlo con botas en pleno mes de julio y con este calor...
Las estoy domando, para ver por dónde me van a salir ampollas, porque el jueves me voy hasta Almería a pie y quiero probar el instrumento de trabajo.
¿Y ese viaje?
Pues se trata de un nuevo proyecto. A mí me encanta la literatura de viaje y siempre he tenido en mente abordar el género como escritor y éste es un viaje que siempre he querido hacer desde pequeño. Son unas carreteras que me parecen fascinantes y son las que eligen los publicistas para los anuncios de coches, las carreteras que van dibujando la 'M' de la muerte entre el monte y el mar y además que ahí han sucedido varios episodios históricos que la dotan de un carácter literario muy bonito. (Seguir leyendo...)

19 jul 2008

18 de Julio en un semáforo

Volvía anteayer caminando del centro, cuando me detuve en el semáforo de la esquina entre calle Córdoba y la Alameda Principal. Me encontraba rodeado de un grupo de jovenzuelos que integraban, sin duda, un viaje de estudios. Los mozos revoloteaban a mi alrededor con esos brincos que proceden del ímpetu de la mocedad. Hablaban con la velocidad punta del galimatías y en el umbral de sensibilidad de la sordera. ¿Decibelius? Qué va. Miles de decibelius suman unos cuantos kilobelius. Normal. Cosas de la edad. De alguna forma hay que hacerse notar, ¿no? Con tal de que un golpe de suerte me mantenga a salvo de sus cabriolas enloquecidas...
Una caravana de automóviles se acercaba por nuestra izquierda. Todos los vehículos golpeaban el claxon. Todos enarbolaban por las ventanillas banderas de España. Qué raro, ¿me habré perdido un acontecimiento deportivo? ¿Habremos ganado, sin yo enterarme, el campeonato mundial de lanzamiento de cabras desde campanarios? Me fijé mejor. No se trataba de banderas baratas de todo a un euro ni de banderines de tiendas de chinos. Amarradas a mástiles de madera auténtica, en su centro exhibían el águila orgullosa del antiguo escudo, el águila imperial con que se combatió a masones y judíos y comunistas y demás lacra deleznable.
Por supuesto, si es que el almanaque señala el 18 de julio. Con razón... Y yo con estos pelos... Seguro que este atado de nostálgicos se encamina hacia la cruz de los caídos que todavía se yergue en la puerta de las cadenas de la Catedral. Con la luz verde para ellos, pasaron justo por delante girando en la dirección que preví.
Pero en ese instante, mis imberbes compañeros de acera comenzaron a increpar a los constituyentes de ese convoy visigótico. Una señora auténtica, una anciana muy bien vestida y coetánea sin duda de Matusalén, respondía desde un Mercedes a la muchachada enarbolando el brazo extendido y articulando reiterados vivaspañas, no por flojos de volumen, menos ardientes y apasionados.
Vivaspaña..., vivaspaña...
Al lado de la buela distinguí, tanto al volante como en los asientos de atrás, aquellas camisas azul mahón con el emblema flechado en rojo sobre el bolsillo izquierdo. Verás tú, la que se va a armar, pensé. Estos pimpollos no saben cómo se las gastan los de la brigada motorizada. Nunca los habrán visto tremolar cadenas ni envainarse puños americanos ni desenvainar porras extensibles con bola en la punta. Por fortuna, no sucedió nada.
Esto me lleva a un par de reflexiones. Por un lado, la alegría de comprobar que las centurias locales de guardianes de occidente caben en apenas 10 turismos. Por otro, que lo que hace unos años hubiese terminado en grave incidente con heridos, no pasó de un intercambio de invectivas. Por fin parece que en este país se impone la sensatez sobre la arraigada costumbre del mamporro. Y por último, que no supe muy bien si denostar del todo a los falangistas. Ellos al menos tienen unos ideales, compártanse o no, en los que creen. Con tal de que no intenten imponérmelos a garrotazo limpio, la convivencia siempre será posible. Ahora bien, ¿y los niñines del viaje de estudios?, ¿qué ideales seguirán distintos de los de forrarse en un reality o emborracharse de jueves a domingo en el botellón o aspirar, como máximo, a aprobar unas oposiciones a funcionario público?

Retratos suicidas

No sé cómo acabará este asunto, aunque sí cuándo comenzó. Y es que es el jueves el día en que viene Lana a darle un repaso a la limpieza de mi casa. Le abro la puerta medio dormido. De inmediato, mientras ella se cambia en el lavadero, preparo el té que beberé hojeando la prensa en Internet. La sincronía de nuestras acciones vaticina que Lana acabe de fregar mi dormitorio entre las secciones de ciencia de El Mundo y la cultural de El País. Atiendo mis e-mails apurando la tercera taza y escuchando cómo Lana aborda el baño principal. Es ese el momento en que salgo a la calle por primera vez, desocupando mi despacho para que ella quite el polvo y barra y vacíe el cenicero y la papelera. Paseo durante una media hora, el tiempo que calculo tardará la pieza en secarse. A mi regreso, puedo por fin empezar con mi trabajo diario.
Pero este último jueves, al entrar en la habitación, encontré el estor desplazado de su posición habitual. Colgaba por delante del velón de aceite que adorna la librería adosada al pie de la ventana. En el suelo, dos de los retratos reposaban boca abajo: uno de mi mujer con cinco años, la típica fotografía escolar de los sesenta en que el alumno se inclina sobre un libro enorme y un mapa mundi recorta el fondo, y otro mío, fósil de una de las orlas universitarias en que figuro como profesor. Tiré de la cuerda. En efecto, Lana había abierto la hoja por completo, algo que nunca hago con el estor bajado pues se corre el riesgo de que un golpe de viento infle la cortina como una vela provocando la caída de los objetos de la repisa. No obstante, aquello no tuvo importancia. Ninguno de los dos cristales se había siquiera agrietado. Solo uno de los marcos se abría por una esquina, que encajé de nuevo de un fácil apretón.
Sin embargo, esa misma tarde, me vestía después de la ducha cuando se cayeron a mi espalda otros dos retratos de la mesita de mi alcoba. Ahora se trataba de mi hija mayor togada para su graduación del bachiller, y del marco de bronce con una estampa antigua de la Virgen de la Victoria que heredé de mi madre. ¿Los tiraría yo mismo sin querer con el vuelo de la camisa al ponérmela? Quizás. Y a eso de las diez de la noche, la casa nos recibió a mi esposa y a mí con otros dos retratos sobre las baldosas, el de mi perro Fleky, un pequeño cuadrito que le trajeron los Reyes Magos con un hueso en su parte inferior, y el de mi hija menor vestida de gitanilla para la feria. Las explicaciones de estos hechos se hacían ahora difíciles. Máxime teniendo en cuenta que el terral nos obligó a cerrar todos ventanales a fin de mantener la casa fresca.
Y más extraño aún fue el golpe que escuchamos desde la cama, recién acostados. Me levanté con la intriga de ver qué ocasionó el ruido. Nada en el corredor. Nada en los dormitorios. Nada en la cocina ni en el distribuidor. Pero sobre las baldosas del salón descansaban, cómo no, boca abajo, otras dos fotografías, la de mis suegros en sus bodas de plata, y la de mi padre encorbatado y sonriendo a la cámara.
Y el fenómeno del desplome fortuito de retratos sigue produciéndose sin que se sepa su origen, siempre de dos en dos, siempre aterrizando boca abajo, siempre los de sobremesa, nunca los golgados de las paredes, siempre sin daños, nunca asistiendo a la trayectoria a que los somete la gravedad, siempre con el hecho consumado de su derribo. Y no hay más patrones que proporcionen indicios sobre el suceso. Igual se precipita un pariente que un grupo de amigos, una escena familiar que una fiesta, un recuerdo de un viaje por España que un ídolo del cine, un marco de plata que un simple vidrio con soporte trasero.
Qué curioso, ¿verdad?
Acabo de colocar todos los retratos de mi piso tumbados boca abajo. Quiero ver qué ocurre. Más adelante contaré el resultado de la experiencia.

17 jul 2008

Hoja de ruta

Tras unos días de planificación, ya tengo confeccionada la hoja de ruta de mi inminente viaje a pie por la antigua carretera Málaga-Almería. La cuelgo aquí por si algunos de vosotros, lectores de este blog, coincidís conmigo en esos lugares y fechas.
Día 24 de julio: Málaga-Torre del Mar (22 Km)
Día 25 de julio: Torre del Mar-Maro (20 Km)
Día 26 de julio: Maro-Almuñécar (21 Km)
Día 27 de julio: Almuñécar-Punta de Carchuna (29 Km)
Día 28 de julio: Punta de Carchuna-Castell de Ferro (11 Km)
Día 29 de julio: Castell de Ferro-El Pozuelo (24 Km)
Día 30 de julio: El Pozuelo-Almería (73 Km)
Los 73 quilómetros de la última etapa son engañosos pues en Adra me montaré en un autobús que me lleve hasta Aguadulce. En este tramo, la primitiva N-340 está machacada casi por completo por la nueva autovía, haciendo así imposible recorrerla andando.

13 jul 2008

Un proyecto en marcha

Años hacía que un proyecto literario me rondaba por la cabeza: escribir un libro de viajes. Como lector, admito que siempre me atrajo este subgénero de la narrativa. Mi primer recuerdo creo situarlo en una obra de una colección infantil, En busca del país de la canela, de la que olvidé el autor, y que novela el descenso del navío de Francisco de Orellana por el río Amazonas. Muchos son los títulos de semejante tenor que abordé, desde el archiconocido Viaje a la Alcarria del universo Celiano, hasta la monumental Iberia en dos tomos con que Manuel de Lope recorre todas las regiones de España. Los últimos que he leído se desarrollan en el norte de la península, El Transcantábrico de Juan Pedro Aparicio, y El río del olvido de Julio Llamazares. Hasta tal punto me seduce este tipo de literatura que algunas veces he planeado mis vacaciones usando estos volúmenes como guías turísticas. La Al-Andalus medieval me fue susurrada al oído por José Manuel García Marín. Contemplé Coimbra con los ojos de Unamuno, el nacimiento del Ebro con los de don Camilo, o los campos de Níjar a través de las gafas de Juan Goytisolo. Sin moverme de mi casa, viajé por toda África con Kapuscinski de cicerone, pasé 7 años en el tíbet acompañado de Harrer Heinriche y di la vuelta al mundo varias veces persiguiendo a Julio Verne, a George Remi (Hergé) o a Blasco Ibáñez.
Con tales antecedentes, más tarde o más temprano debía abordar un libro de viajes como autor. Durante mucho tiempo he barajado dos proyectos, remontar el río Guadalhorce desde su desembocadura hasta el nacimiento, y recorrer a pie la carretera Málaga-Almería. En los últimos meses, la segunda de las opciones ha salido a relucir varias veces en mis conversaciones. Incluso me refiero a ella en una entrada antigua de este blog. He interpretado estas casualidades como signos del destino que han terminado por decidirme.
Llevo unos días planeando la singladura que acometeré a finales de este mes de julio. Constará de 9 jornadas de entre 18 y 25 quilómetros con dos breves trayectos en autobús. Ahora mismo me encuentro en la fase de recopilar documentación. La geográfica la llevo bastante avanzada. No menos interés despierta la de índole histórica, pues la carretera Málaga-Almería ha sido el escenario de terribles episodios que solo muy recientemente comenzaron a divulgarse. También habré de hacerme con información artística, cultural, industrial o arqueológica. Y otro foco de mi atención se centra en las costumbres, las supersticiones y las leyendas de las gentes que habitan las tierras por las que caminaré.
Si algunos de vosotros, lectores de este blog, disponéis de cualquier apunte sobre el particular, os agradeceré que me lo comuniquéis. Prometo tenerlo en consideración.

"Tarta noruega" en el "Patrimonio literario andaluz II"

El pasado jueves 10 de julio se presentó en el salón de actos de UNICAJA el libro Patrimonio literario andaluz II, en el que se incluyen 18 artículos de sendos investigadores sobre autores nacidos o radicados en Andalucía. Como sugieren el título y el ordinal, se trata del segundo volumen dedicado a estudiar a los escritores andaluces clásicos, ocuparse de los desconocidos, resucitar a los olvidados, y dar noticia de los nuevos. Así lo asevera en el prólogo, y no hay nada que induzca a dudarlo, su editor, Antonio A. Gómez Yebra. Me enteré del evento casi por casualidad, porque mi mujer lo escuchó en la radio, ¿sabes que hoy Antonio presenta un libro?, y me acerqué por allí sin saber siquiera cuál.
Conocía a varios de los asistentes. Aparte de Antonio, claro, al poeta Paco Ruiz Noguera, que firmaba uno de los estudios del volumen dedicado a Antonio Soler (no veía a Paco desde mi pertenencia al grupo “Banda de mar”), a Laura Olarte Stampa, antigua compañera con la que coincidí en el Instituto de Bachillerato Emilio Prados y que también suscribía otro de los opúsculos, y a Ramón Muñoz Chápuli, colega de la Facultad de Ciencias y de actividades narrativas, aunque él especializado en el cuento, género en el que ha obtenido excelentes frutos. Ramón concurría en calidad de consorte, pues su mujer también publicaba una colaboración.
Nada más saludar a Antonio, este me sorprendió con el hecho de que se iba a mencionar mi primera novela, Tarta noruega, que él mismo presentó hace 6 años en el salón de plenos de la Diputación de Málaga. Compartiendo mesa con la anfitriona, comenzó el acto con los agradecimientos entre ambos, no por reglamentarios, menos sinceros. Antonio resumía cada uno de los trabajos tocando las teclas justas para que despertara el interés por su lectura. Conforme describía el contenido de los artículos, calculaba en mi mente el orden en el que los afrontaría como lector. Por descontado que coloqué el primero, dada mi condición de, por qué no admitirlo, discípulo influenciado, el referido a Antonio Soler.
Y fue llegado el turno de su propia aportación, titulada Novela histórica en tres escritores andaluces, donde me vi, junto a los consolidados Jesús Maeso de la Torre y Antonio Prieto, compartiendo el portaobjetos del microscopio de Gómez Yebra. Sobre Tarta noruega, Antonio defendió su carácter de novela histórica, frente a la opinión de algunos críticos que no la consideran como tal. Confieso que en ese instante me enteraba de la existencia de una controversia que me era ajena. Normal. Una vez que el autor ha dado a luz su obra, son otros los encargados de adjetivarla con más derecho incluso que el que la escribió. Por otra parte, no creo que mi papel de examinado me permita comentar aquí nada más acerca del artículo de Gómez Yebra, salvo que me satisfizo bastante. Sé que es un tópico referirse a las novelas como hijas, pero es un tópico verdadero al fin y al cabo. Y qué padre no se siente orgulloso de que hablen bien de sus hijas. Pero el motivo que me inspiró esta entrada de mi blog se produjo más tarde, durante el turno de preguntas del público.
Un desconocido que se sentaba a mi derecha, barbudo, recio y de voz vehemente, finalizó su segunda intervención con unas palabras que recuerdo casi con exactitud: Quiero añadir que Tortilla noruega es un hermoso homenaje a las madres malagueñas. Antonio corrigió en seguida al señor barbudo de complexión recia y vehemente voz: Tortilla no, tarta, Tarta noruega, y sí, coincido plenamente en ello: más aún: Tarta noruega es un homenaje a una madre muy concreta. El autor está presente en la sala: si quiere decir algo…
Me moría de la vergüenza. Qué queréis que os diga, queridos amigos. Por supuesto que no abrí la boca ni moví un músculo de la cara ni articulé el menor gesto que indicase que era de mí o de mi madre de quienes hablaban. Y de quererlo, tampoco podría haber pronunciado más de una frase sin delatar mi emoción. Porque gracias a los lectores de Tarta noruega mi madre es algo más que un nombre escrito en un papel.
Lo cuento en la novela. Pocas horas antes de enterrar a mi padre, abrimos el periódico en el tanatorio para comprobar la publicación de la esquela. Allí estaban las dos, la nuestra, y la que le puso la academia. Y mi madre exteriorizó el sentimiento exacto que me amargaba desde la víspera: Un nombre escrito en un papel, repetía sin levantar la vista de aquella página impar, en eso quedan las personas, en un nombre escrito en un papel… Porque fue en la noche anterior, al acercamos al Hospital a hacernos cargo del cadáver, cuando me quedé consternado al leer el nombre de mi padre escrito a bolígrafo en una hoja de papel y adherida con Fixo al cristal que nos separaba de sus restos. Aquél fue el momento real de la muerte de (mi) padre, escribí entonces, la constatación por escrito del fin de su existencia, la lectura de su nombre escrito en un papel. (…) La fuerza de lo escrito moviendo más impulsos que lo hablado o lo archisabido.
Y conducía con mi esposa en el asiento de mi derecha por los carriles del cementerio, nunca he narrado esta escena, sumidos los dos en el silencio de las despedidas vitalicias, sin decirnos nada, encabezando por casualidad el convoy de dolientes, justo detrás del coche fúnebre, con la mirada fija en el ataúd que se vislumbraba tras su ventanilla trasera, mientras no dejaba de repetirme mentalmente que aquello no podía acabar así, que tenía que escribir algo, que debía vengarme de la desolación provocada por un nombre escrito en un papel escribiendo ese mismo nombre en más papeles.
Un par de años más tarde se publicó Tarta noruega. Allí, en sus hojas de papel crema, aparece escrito multitud de veces el nombre de mi padre, don Luis. Así lo conocía media ciudad. Mi madre también aparecía. Cómo no, puesto que le endosé el papel de narradora-protagonista.
Y luego fue precisamente Antonio Gómez Yebra quien presentó el libro en Málaga. Y en la fotografía para el Diario SUR se reconoce a mi madre al fondo. Y cada vez que el periódico ha tirado de archivo para ilustrar alguna noticia relacionada con mis obras y vuelve a publicar la instantánea, o cada vez que un investigador o un lector se ocupan de Tarta noruega, o cada vez que un desconocido barbudo de complexión recia menciona el asunto con su voz vehemente, ratifica que mis padres son algo más que dos nombres escritos en los papeles.

27 jun 2008

La Semifinal Rusia vs España

Me pide el cuerpo despacharme aquí con algunas de las reflexiones, siempre vanales, que se me vinieron a la cabeza ayer noche durante el partido en el que España eliminó a Rusia.
1) Cada vez que veo a miembros de la familia real entre los espectadores (o miembras, vive Dios, o mejor miembro(s) y/o/u/e miembra(s) pues puede que haya solo de un sexo o de ambos y tanto en plural o en singular de cada clase), me formulo siempre la misma pregunta: ¿quién ha pagado su localidad?, ¿ellos mismos?, ¿acaso los han invitado?, ¿todos hemos contribuido? ¿Y el avión o el helicóptero? Pero lo peor suele acontecer con los comentarios almibarados y empalagosos de los locutores: ¿Se han fijado en cómo los príncipes celebran los goles? Ooohhh, qué estampa tan humana, qué faceta tan sencilla la de sus vidas tan sencillas. Ay, qué gustirrinín. Y cuando España marcó el primero, ellos han amagado un abrazo y se han contenido, pero con el segundo y el tercero ya se han abandonado al frenesí y la alegría con la mayor naturalidad. Aaahh, que se me cae la baba por la comisura derecha… Son nuestro talismán. Y cómo saludaron y desearon suerte a los jugadores con esos gestos asaz de campechanos… Oh, qué simpáticos. Y cómo se llegaron luego al vestuario a honrar con su presencia semi divina a nuestros gladiadores…
Puaggg. Si al menos los rusos no se hubieran cargado al Zar de todas las rusias, ahora podríamos comparar el papanatismo celtibérico con el estepario. Y luego escuché por televisión la guinda de los comentarios: Todos lo festejan, desde el Príncipe en el estadio hasta el último de los españoles en su casa frente al televisor. Lo que me faltaba, vamos, que me llamen el último de los españoles. ¿Qué he hecho yo para merecer puesto tan bajo en el escalafón?
2) Asombra cómo se transforma el escenario urbano en un proceloso bosque de banderas rojigualdas. Balcones, coches, mostradores, viandantes, motoristas, ventanas… Ya era hora de que se normalizase la situación. Bien con escudo constitucional, bien sin nada, bien con el exitoso logotipo de Osborne, esa noble silueta que recorta en vertical el paisaje de la piel de toro, parece ser que se desterró el uso vergonzante de la enseña por asimilación al facherío. Incluso debe dejar de asociarse el “aguilucho” (según tengo entendido, escudo de armas de Carlos III) con una opción política en decadencia.
3) A falta de letra para el himno, la victoria empuja a los festejantes callejeros a entonar sustitutivos, desde el simple chinta chinta que tatarea la partitura oficial, hasta el, no por pegadizo menos amenazante, ¡A por ellos, oé!, pasando por desenterrar de excavaciones arqueológicas el ¡Quevivaspaña! de Manolo Escobar, canción que se ha elevado de pasodoble verbenero a la categoría de mantra mágico-patriótico. Me parece muy bien. Qué queréis que os diga. Es un signo de originalidad el mantener un himno sin letra. Siempre afirmé que la música es expresiva de por sí, que no precisa de palabras. Además, estoy convencido de la imposibilidad vitalicia de ponernos de acuerdo en una letra. Téngase en consideración que aquí, en el transcurso de 100 años, nos hemos matado a gusto batallando nada menos que en 4 guerras civiles.
4) Asomado a la terraza, contemplo el ir y venir de automóviles tocando el claxon. Hay quien guardaba unos cohetes para esta circunstancia. Los peatones que se dirijen a las fuentes rituales del centro saludan con los vítores reglamentarios a los conductores. Admito que, pese a mi escasa afición al fútbol, me contagio de esta alegría colectiva. Eso sí, falta mi perro. En ocasiones como esta también se uniría al jolgorio correteando de un extremo a otro del pasillo, saltando de un sofá al contiguo a velocidades relativistas, encogiendo su cuerpecito con cada ladrido, como queriendo decir yo también estoy contento

18 jun 2008

Conversación telefónica con Telefónica

Dado su elevado interés antropológico, semántico e ideológico, transcribo a continuación la charla que acabo de mantener por teléfono con una mujer, de cuyo suave y pausado acento deduzco una indudable belleza física y espiritual:
¿Señor Alberto?
Sí.
Buen día, le hablo de telefonica (sin tilde). Compruebo que usted tiene contratada su línea con nosotros, pero el ADSL lo tiene en otra compañía. ¿Podría decirme la causa?
No.
¿No quiere decirme por qué?
No.
(Silencio.)
¿Y le importa que le describa las ventajas del ADSL con telefonica?
Sí, sí me importa.
Ah, ¿no quiere usted saber, señor Alberto, cuál es la oferta que telefonica tiene para usted?
No, no quiero.
¿Y puede usted decirme por qué no quiere hablar con Telefonica?
No. Lo siento.
Ah. (Se ríe.) Pues buen día (aquí, sin embargo, son las 7 de la tarde), y gracias…
Gracias a usted.
Mientras escribía esta entrada, volvió a sonar el teléfono:
¿Don Alberto Castellón?
Sí, soy yo.
Buenas, mi nombre es ¿?? (no presté atención). Le llamo para explicarle la oferta de telefonía integrada de Jazztell, con 6 megas de conexión y rebajas en las tarifas.
Lo siento, no me interesa.
¿No quiere usted más megas y mejores precios?
No.
El resto de la conversación, queridos lectores de este blog, os lo dejo como ejercicio intelectual.

10 jun 2008

Presentaciones varias

Algunos de vosotros, queridos lectores de este blog, a la vista del texto de la presentación de "Regina angelorum" en Almería, me habéis pedido que cuelgue otras presentaciones anteriores. A ello me he puesto esta tarde. He buscado en mis directorios y algo he encontrado. Aquí incluyo unos enlaces ordenados por fechas para los interesados:

8 jun 2008

Miniautobiografía

Alberto Castellón
Publicado en el número de junio de MiLiteraturas.com

Mi madre (profesora) me trajo al mundo en su cama. Mi padre (también profesor) esperó mi alumbramiento en el cuarto contiguo. Al parecer, tuvieron que ayudarme a decidir si me quedaba o no en el mundo propinándome unos cachetes en las nalgas. A los 3 añitos me llevaron al colegio. Algo malo barruntaría de aquella emboscada pues fue necesario el concurso de 3 maestras para separarme de las piernas de papá, a las que me aferraba desesperado. (La intuición natural de los niños.) Desde entonces, 3 actividades han dominado mi existencia: la matemática, la música y la literatura. Cuando hago matemáticas, me sirvo de la literatura. Si escribo literatura, recurro a las matemáticas. En cualquiera de los casos, la música actúa de impepinable eslabón. Tras un puñado de años como alumno, me convertí, faltaría más, en profesor. Ay de mí, toda la vida yendo a la escuela, aunque ahora se llame la universidad...

4 jun 2008

Presentación de "Regina Angelorum" en Almería


En esta primaveral velada quiero haceros la invitación a la lectura de una novela de Alberto Castellón Se trata de uno de sus útimos relatos publicados, Regina angelorum, ganador del Premio de Novela Felipe Trigo en 2007, con el que está obteniendo además el reconocimiento de sus lectores y de la crítica. Alberto se reconoce a sí mismo como curtido en las lides de los concursos literarios, y lo cierto es que bien puede hacerlo, pues con ellos no sólo consigue esa experiencia-con la carga de incertidumbre que conlleva-, sino también los merecidos triunfos. Es así que ya su curriculum de escritor incluye, además del otorgado a esta novela, algunos más, además de alcanzar la condición de finalista en varios certámenes de narrativa de más prestigio. Los títulos de sus primeras novelas publicadas son Tarta noruega, (2002) o Victoria y el fumador. Algunos cuentos suyos han sido igualmente premiados y publicados en diversas antologías. Esto supone un entramado narrativo de producción literaria de considerable alcance, con el que Alberto se ha ido haciendo un hueco en el panorama de los narradores actuales cuya obra alcanza eco en la recepción de la crítica y de la difusión lectora.
En el bagaje personal de Alberto encontramos una peculiaridad que no se da a menudo entre los escritores de obras de creación: su dedicación profesional a la docencia universitaria de las matemáticas. Para los que somos netamente de “letras” , como antes se decía, provoca un cierto asombro, y con franqueza, una notable admiración, no desprovista de envidia, su conjunción de habilidades, el que se mueva con propiedad en este binomio, en este doble universo de los números y de las letras. Y aún más si a esto se añade que es guitarrista.
Para entender su afán de autor literario quizás nos ayude tener en cuenta lo que explicaba Vargas Llosa en sus Cartas a un joven novelista, donde sostiene que las personas desarrollan en su infancia una predisposición a fantasear; este es el punto de partida de la vocación literaria y quien la tiene debe considerarla su mejor recompensa.
En efecto, Regina angelorum parece fruto de una indudable vocación literaria, y en ella encontramos las inequívocas trazas de lo que se puede considerar calidad y rigor narrativos. Tales trazas proceden del acierto en la técnica narrativa, de la creación de personajes singulares que se mueven en un ambiente al que los lectores accedemos sin dificultad, gracias a la hábil prosa con que este mundo novelesco está erigido.
La novela nos sumerge en las cuitas de una joven malagueña, Noni, limpiadora en un hotel, quien junto con su amiga y compañera Encarni, recurre angustiada a los servicios de una echadora de cartas para que las oriente y auxilie ante una situación que las aterroriza. Se trata de la llegada al hotel en que ambas trabajan de una antigua amiga de la infancia, Cancú, lo que despierta en las dos un miedo cerval. La aparición de Cancú en la infancia de estas jóvenes, y de su grupo de amigos en su pueblo, envileció su niñez, y acarreó para todos trágicas consecuencias. Ahora, años después, reviven amargamente los episodios del pasado, al tiempo que las invade el pánico ante la posibilidad de volver a caer bajo el dominio maléfico de Cancú, o de ser víctima de sus devastadores poderes.
A esta línea básica de la trama se añade un cierto suceso infortunado, la desaparición de un niño, que conmociona a la Málaga de los cincuenta, ciudad entregada con fervor colectivo a las misiones, uno de los procedimientos con los que las autoridades eclesiásticas enardecían las prácticas religiosas en la España de posguerra.
La tonalidad predominante es la de las vivencias de la protagonista-narradora, Noni, en ese ir y venir de su presente angustiado hasta su infancia no menos atormentada; en este marco de sentimientos, la sexualidad –homo, o en menor medida, hetero- también hace acto de presencia en alguna ocasión.
En la creación de estos dos personajes centrales, Noni y Cancú, encontramos, en mi opinión, uno de los logros de la novela. El personaje de Cancú, en particular, está especialmente bien creado, en toda su abominable psicología. Irrumpe en la infancia de los niños de pueblo y, dotada de una inteligencia sibilina, les impone propuestas maquiavélicas tácticas de juegos; a partir de subvertir el inocente juego del Antón Pirulero, los arrastra a la humillación, la rebajación, o aún algo más siniestro. Si algo la identifica es la maldad y el sadismo. No son tan frecuentes los relatos en que los personajes centrales presenten tal grado de maldad, de iniquidad, tal capacidad para obtener satisfacción provocando el sufrimiento de los otros. Cuando he sabido que hay algún leve apunte autobiográfico en el personaje de Cancú, he experimentado una cierta preocupación, porque siempre he tenido a Alberto por persona cabal y decente; espero que ahora nos aclare si hay algo suyo que haya trasladado a esta diabólica criatura de ficción, para que nos tranquilice a todos confirmando que este personaje no es trasunto de las perversiones de alguien real.
Creo, en efecto, que el perfil del personaje de Cancú proporciona una de las notas características de la novela, y con ello se cumpliría lo que dijo Borges acerca de que sabemos cuándo en la ficción nos encontramos con un verdadero personaje: cuando éste existe más allá del mundo que lo creó.
Uno de los elementos que nos atrapan en la lectura es el modo en que la novela arranca; el inicio tiene el brío de los buenos relatos, y nos estimula a la lectura. Un narrador norteamericano actual, Raymond Carver, ha destacado cuán importante es el principio de la novela: “Los comienzos son muy importantes. Una historia cualquiera es bendecida o maldecida con sus líneas de apertura.”. Carver aclara hasta qué punto una novela avanza a partir de la primera frase, que para él es clave en el desarrollo y orientación que va a tener el resto del texto, y confiesa que, por ejemplo, escribió una historia a partir de una 1ª frase: “Me puse a escribir una historia, de la que su primera frase me dio la pauta a seguir: Él pasaba la aspiradora cuando sonó el teléfono. Sabía que la historia se encontraba allí, que de esas palabras brotaba su esencia. Sentí hasta los huesos que a partir de ese comienzo podría crecer, hacerse el cuento. Después de esa primera frase, brotaron otras frases complementarias para complementarla”.
En el caso de Regina angelorum, la 1ª frase (Hace ya bastante que ella se levantó, y todavía no ha terminado de disiparse la oscuridad de la noche ) parece prometedora, y en efecto las mejores expectativas se cumplen en las siguientes 6 páginas que inician la novela. En este estimulante preludio recoge Alberto la soledad cotidiana de una sexagenaria, a la que algo leído en prensa le hace urgar en sus recuerdos, y al remover en su memoria aún aflora el dolor por el espanto y los fantasmas del pasado. De ese flash back inicial toma su impulso la historia.
Las técnicas narrativas muestran también el dominio de Alberto en complejos aspectos de mecánica de la novela, como es la valiente elección por la segunda persona para la voz de la narradora. La 2ª persona narrativa es un procedimiento de la novela a partir de los 70. El narrador se dirige a sí mismo, la narración se convierte al tiempo en monólogo. Esta forma enunciativa reviste especial complejidad, y pocos narradores se aventuran en su empleo; las referencias que se pueden citar, en el ámbito hispano, son de la altura de Juan Goytisolo (Reivindicación del Conde don Julián), o del mejicano Carlos Fuentes.
Junto a esta singular voz narrativa, comprobamos cómo se ensambla con asombrosa facilidad la alternancia de tiempos, el paso del presente de esta camarera de hotel presa del pánico, al pasado, a la época de la que proceden sus terrores, la infancia en su pueblo. Es un doble hilo temporal de ejecución bien pautada a lo largo de los siete capítulos de la novela.
Todo ello se traba de forma cuidada con un lenguaje aquilatado, con un estilo bien timbrado, que se lee con gusto.
Pero creo que para hablar de éstas cosas, o de las que él desee, es ya el momento de que escuchemos a Alberto.
Almería, 29 de mayo del 2008

1 jun 2008

Un viaje a Almería

Arranqué el coche con el entusiasmo de recorrer de nuevo la mítica carretera de mi niñez. Siempre me fascinaron aquellas heroicas singladuras que abordábamos, con mi padre al volante, primero en un seíllas 2 puertas, y luego en un cuatro latas negro. Mi madre acabó renunciando a esas fatigosas expediciones. Argumentaba que, justo después de dejar un pueblecito llamado Maro, la calzada comenzaba a retorcerse sobre sí misma, a despeinarse enloquecida caracolillo tras caracolillo, a atormentar a los viajeros con un firme estrecho y bacheado, el sol de frente que dispara imparable sus salvas de jaqueca, y una macabra colección de cruces y coronas fúnebres dispuestas casi por azar en las atalayas de las curvas. Sin embargo, a mí me seducía ese triste primer plano, esos rústicos cenotafios compuestos en su mayoría por dos palos atados, tal vez el rótulo del fallecido, y una corona de flores en descomposición apoyada a sus pies. A la izquierda la caprichosa geología de un monte cortado a pico. A la derecha ese mismo monte se suicida cayendo en vertical hacia la tumba azul oscuro del Mediterráneo. Delante, los quitamiedos recortan tétricas almenas sobre el telón de fondo de la muerte. Y así, un giro y otro y otro más: seis horas de viaje: cinco si había poco tráfico o el motor resistía sin calentarse. Solo dos respiros: la hoya de Motril y la recta de Adra. En este insólito desperezamiento del camino solía correr el entusiasmo por los asientos de atrás. Mis hemanos y yo nos manteníamos pendientes del velocímetro, sesenta, setenta, ochenta... Y llegado ese punto triunfal, nos pegábamos codazos de alegría por alzanzar aquellas increíbles velocidades.
Desde entonces, la comunicación por tierra Málaga-Almería ha experimentado multitud de reformas. La mayoría de sus tramos han sido suavizados, ensanchados, reasfaltados, señalizados... Otros ya han perdido su condición de carretera nacional al haberse sustituido por trechos de autovía. Mucho más cómoda y rápida, claro, pero huérfanas del atractivo original. Por eso, si encuentro a mano un desvío que conecta con la ruta vieja, no dudo en tomarlo, en detenerme en la curva más amenazante, en dejar el auto al ralentí en la cuneta, salir a encenderme un cigarrillo y asomarme a la frontera del vértigo. Aunque esto ya casi solo se puede practicar entre Calahonda y Castell de Ferro.
De ahí que partiera a las nueve y cuarto de Málaga y llegase a Almería bien pasada la una y media. En este tiempo se ma ha vuelto a pasar por la cabeza el viejo proyecto literario que algún día tendré que afrontar: Pertrechado de una mochila y unas buenas botas, recorreré a pie los 200 quilómetros de antigua vía con el fin de redactar un libro de viajes, género del que soy aficionado como lector, aunque nunca he llegado a practicar como autor. Quizá así rescate desde otro punto narrativo la lamentable página de la Historia universal de la infamia que se escribió en la carretera Málaga-Almería.
Nada más estacionar a la trasera del hotel, sonó el móvil. Era Antonio Benavente, el responsable del grupo Anaya para las tres provincias orientales de Andalucía.
Acabo de llegar, Antonio. Ah, muy bien, Alberto, cuándo te parece que nos veamos. Pues, no sé ¿en media hora? De acuerdo, Alberto, en media hora nos encontramos en el hall.
Ya en la habitación, llamo a mi prima Mariloli. Por ella me entero de que nuestra tía Margarita está en la UCI. Sabedora de que hoy presentaba mi último libro, ha querido que la trajesen a la ciudad desde la residencia para ir a la peluquería. Ese trombo que merodea por su cerebro y que no acaba de disolverse sigue haciendo de las suyas. Quedamos a la espera de lo que el médico informará a sus hijas.
Salgo del ascensor buscando con la mirada a Antonio cuando no sé cuál es su fisonomía pues hasta entonces solo hemos hablado a través del teléfono. Pero él sí que me conoce. Se levanta de un sofá del recibidor. Nos presentamos. Intercambiamos las primeras frases. Me sugiere, para almorzar, la carne mejor que el pescado. Al parecer, deduce mis preferencias a partir de lo que ha leído en este blog. Me agrada entonces que estas líneas que tecleo de vez en cuando atraigan a los lectores. Y aunque vamos a un restaurante más bien de pescado, aterrizamos contradictoriamente en la carne: cochinillo caramelizado sobre lecho de puré de patatas y salsa de frutos secos. Y si ambos esperábamos reconocer al animal que es pecado para dos religiones, tostadito y tumbado en el plato, nos sorprendemos con una especie de empanada gallega rellena de proteína desmenuzada. En definitiva, cochinillo deconstruido al más puro estilo de la nueva cocina. ¿Decepción? No tanto. El sabor compensa la añoranza de roer los huesos.
Durante la comida la conversación muda del penoso panorama educativo que contemplamos, él desde su puesto editorial, yo desde mi puesto docente, hasta los entresijos de la publicación en España.
¿Sabes cómo marcha tu libro, Alberto? No, Antonio, no tengo ni idea, nada más que lo que compruebo en las librerías de Málaga, donde se van agotando los rimeros de volúmenes de las mesas de novedades.
¿Y No te ha dicho nada Miguel Ángel sobre una reimpresión?, me pregunta. (Miguel Ángel es el editor de Algaida.)
Y es que, según me comunica, solo quedan escasos centenares de libros por distribuir. Y si se cumplen las previsiones habituales, 75% de ventas sobre la tirada, la difusión superará cualquiera de las que me imaginaba en un principio.
Me haces un rey, Antonio, no te puedes imaginar lo contento que me pones con lo que me estás diciendo.
Antonio me describe con detalle el modus operandi del grupo Anaya, cómo recurren a cada uno de sus sellos para depende de qué objetivos, cómo se procede a los distintos tipos de promoción, cómo se salta de un sello a otro... Lo dejo hablar. Aunque él no se lo cree, me interesa, todo lo que me cuenta. Y me descubre hechos que hasta entonces no pasaban de sospechas mías: la desvergüenza con que algunas editoriales compran reseñas en los suplementos culturales, o adquieren, billetes de por medio, puestos de honor en las listas de los más vendidos. Me asegura que Anaya se resiste a semejantes enjuagues.
De vuelta al hotel, me acuesto a formalizar la siesta. He quedado con Heraclia, la presentadora de esta tarde, a las siete y cuarto. Antonio y yo, ambos con chaqueta y corbata, nos encajamos en la librería Picasso con cierta tardanza. Me agrada el establecimiento. Espacioso, atractivo, funcional. María, la librera, es una mujer joven a quien atribuyo de inmediato la valentía de los que se atreven a emprender estos negocios. Heraclia llega al poco. Viene muy elegante. ¿Telepatía?, ¿Intuición?, ¿buen criterio? Porque no habíamos quedado en nada, a pesar de que en estos actos suelo ponerme de acuerdo con los que nos sentaremos en la mesa para evitar disonancias entre vestimentas informales o más serias. La sala está llena. Según María, nunca había congregado a tanta gente una presentación en la Picasso. Entre el público que espera reconozco a algunos de mis parientes, a tres queridos colegas de la Universidad de Almería y al sustituto de un buen amigo que, estando de viaje, lo ha enviado para hacerse con un ejemplar dedicado. Saludo a cada uno con sincera alegría por verlos allí, agradeciéndoles su presencia. Sabedores de mi pánico a los espacios vacíos, han querido acompañarme en la ceremonia. No obstante, también hay muchos desconocidos. Magnífico. Me satisface la escena.
Heraclia lleva unas hojas escritas. Sin embargo, el texto que lee es tan natural que parece enteramente que improvisa. Atiendo a su alocución mientras un fotógrafo y un cámara revolotean a nuestro alrededor. Lo ha hecho muy bien. En realidad no me sorprende. Esperaba algo así. Aparte de la reglamentaria sinopsis y de las impresión que "Regina angelorum" le causó, realiza una autopsia bastante precisa de mi novela, tanto del fondo como de la forma. Finaliza al estilo Castellón, con los versillos que suelen recitarse en las reuniones familiares. Más tarde le pedí que me remitiese el fichero para colgarlo de este blog. Después de mi intervención, respondo a las preguntas que formulan los asistentes. Esta siempre es la parte más agradable, pues los escritores casi no tienen otro contacto con sus lectores.
Firmados un buen número de ejemplares, aterrizamos en un bar próximo donde charlamos y tapeamos hasta las once. Allí me entrega mi prima Isabelita el anuncio que salió en el suplemento Libros de La voz de Almería. La entrevista se publicará el martes próximo. La tía Margarita está fuera de peligro, ahora se sabe que es una neumonía, pero ha quedado ingresada.
Antonio y yo nos despedimos en el pasillo que separa nuestras habitaciones. A él le ha parecido muy provechosa esta actividad de promoción. Me sugiere que repitamos algo así en Granada. Y a mí me parece muy bien. Tirando de los compañeros de uno de mis hermanos afincado allí y de mis colegas de la Facultad de Matemáticas podría asegurar 10 ó 12 asistentes, los suficientes como para que no cunda el pánico al color uniforme de los respaldos desiertos.

20 may 2008

Gracias, Fleki

Mi perro se ha tumbado a mi izquierda. Cuando me venía para el escritorio, ha arrastrado su cojín con el hocico para perseguirme por el pasillo, pasito a paso, cojeando de una pata trasera. Y aquí lo tengo, a mi lado, en el suelo, hecho un gurruño, los párpados entornados, las cuatro extremidades encogidas. Pero alerta. Si escucha el chasquido del encendedor o el crujido de mi silla o dejo de teclear, entonces abre los ojos, apunta al techo con sus orejas por si me levanto y me traslado a otra habitación.
Lleva días así, siguiéndome por toda la casa, sin querer separarse de mí. Está triste. Está triste porque me ve triste. Siempre ha sido así. Si alguna vez lo he pisado sin querer, lanzaba un aullido de queja. Breve, eso sí, porque al instante me lamía el zapato, olvidándose de lo suyo, creyéndose que el dolor era mío y que su obligación consistía en mitigármelo de la única forma que entienden los animales, acariciando la zona lastimada con la lengua húmeda.
Y ahora es igual: es él quien está herido por la enfermedad, condenado al sacrificio. Esta tarde, dentro de unas horas, vendrán por él para llevarlo por última vez al veterinario. Y, sin embargo, continúa vigilándome, velándome más bien, convencido de que debe curarme de esta amargura que me invade y que renuncio ya a disimular.
Fleki, lo llamo. Levanta la cabeza al instante, mueve el rabo. A veces hace el esfuerzo de incorporarse, se me acerca a las piernas, me las frota con el cuello, consolándome. Difícil consuelo el mío. El sábado lo dieron por desahuciado. La máquina que analiza su sangre no pudo contabilizar la urea. Sus indicadores no prevén un valor tan alto. La urea te envenena, Fleki. El mal ha anidado dentro de ti. Y no hay remedio. En humanos, la única terapia pasa por el trasplante de riñón, operación esta que no se contempla en veterinaria. Lo entiendo. Y también las explicaciones que me dan acerca del final que le espera si no se le inyecta antes el pentotal que lo llevará a su último sueño. Hemorragias internas, úlceras, vómitos de sangre, diarreas… Una putada, comenta el veterinario. No te mereces eso, Fleki. Mi mujer y yo te estamos demasiado agradecidos por el cariño que nos has regalado en estos diez años como para destinarte ese sufrimiento. Un cariño total y totalmente desinteresado.
Maldita urea. Malditas máquinas convertidas en jueces sobre la vida y la muerte.
Descuelgo el teléfono. Es mi mujer. Su hermana ha llamado a la clínica. La incineración individual cuesta 90 euros y nos dan las cenizas. La colectiva es más barata. Apenas si puedo balbucear por el micrófono. Ella también llora. Me da igual el precio. Pero no quiero sus cenizas. Prefiero quedarme sólo con su recuerdo. Hace un instante se me ocurrió fotografiarlo en mi móvil. Al instante expulsé ese pensamiento. Quién lo retrata así de decaído. Quién soportará la imagen de abatimiento de un cuerpecito acurrucado que fija en ti su mirada melancólica. Fleki vuelve a prestarme atención. Sabe que lo estoy pasando fatal. Y yo sé que esto tenía que llegar.
Estuve años negándome al capricho de mis hijas, entonces niñas. El día que entre un perro en esta casa, las amenazaba solemne, me mudo al hotel Larios, que lo sepáis. Pero entró, claro. Entró camuflado como regalo de primera comunión. ¿Dije antes un capricho? En efecto. También acertaba en eso. Al pasarse el capricho, Fleki quedó al cuidado de mi mujer y mío. Pero al instante se ganó nuestro cariño y nuestra estima a base de derrocharnos él el suyo.
Gracias, Fleki, por anticipar mi llegada cuando ni siquiera entraba yo al ascensor, cuando ladrabas al otro de la puerta y la arañabas con las garras y saltabas hacia mí en cuanto abría una mínima rendija y me lamías las manos y sonreías. Porque los perros sonríen, y tal vez con más sinceridad que los hombres al estar desprovistos de la capacidad de mentir.
Gracias, Fleki, por saber exactamente cuándo me disponía a dormir la siesta y te sentabas a los pies del sofá y vigilabas mi sueño sin moverte de ahí hasta que notabas que me iba a despertar, y saltabas encima de mi pecho contento y alegre porque volvía a tu mundo.
Gracias, Fleki, por cumplir con esas misiones que te creías en la obligación de cumplir, por cuidar del redil, por ladrarles a los extraños que nos visitaban, a los carteros, a los albañiles, a los inspectores del gas… Gracias por avisarnos del paso de las ambulancias o de los bomberos o de los coches de caballos o de los cohetes que explotaban anunciando novenas a la Virgen del Carmen. Gracias por prevenirnos de todo lo que estimabas un peligro para nosotros, por marcar una a una las esquinas de la calle con tu olor para que supieran que ese era nuestro territorio. Gracias por arrastrarme por las aceras con la fuerza de un perro de trineo durante la ronda que, pensabas, debías hacer.
Gracias, Fleki, por escaparte tras nosotros al rellano de la escalera si nos veías con maletas, pues adivinabas unos días de ausencia. Y gracias por la efusividad de tu recibimiento a nuestro regreso. Gracias por unirte a nosotros, a tu manera, en los "Cumpleaños feliz" o en los aplausos o en cualquier otra manifestación de festejo.
Gracias, Fleki, por tu amistad. Nunca te olvidaremos.

5 may 2008

Feria del Libro de Sevilla

Queridos amigos:

Este sábado estaré firmando ejemplares en la Feria del Libro de Sevilla. Si habéis leído "Regina angelorum", o si estáis interesados en hojearla, estaré encantado de charlar un rato con vosotros, bien sobre la novela, bien sobre literatura en general, pues, por naturaleza de mi profesión, pocas son las ocasiones en las que puedo hacerlo. Nada mejor que sentirse rodeado de libros para ello.

Me encontraréis en la caseta de la librería Anabel entre las 12 y la 1, y en la de Albor, entre las 7 y las 8 de la tarde.

Os espero

Alberto Castellón

28 abr 2008

Una jornada en Sevilla

Queridos lectores de este blog:

Hoy me he sentido con ganas de escribir una entrada al estilo de lo que fue el inicio de este tipo de ciber-literatura: un diario accesible a todos los internautas. Desde que el editor de mi segundo libro me abrió el blog, no he añadido aquí más que notas de prensa o alguno de los opúsculos con los que colaboro en el periódico literario Irreverentes. Pero ayer fue mi cumpleaños. Y aunque no suelo realizar en tal fecha más celebración que la de abrir la temporada de los espetos de sardinas, alguna que otra decisión he llegado a tomar un 27 de abril. Por eso he pensado cambiar de registro para relatar en primera persona una de las actividades que me han ocupado la semana pasada.
Y es que el jueves 24 me preparó Algaida Ediciones una jornada completa en Sevilla para promocionar mi novela Regina angelorum. En el hall de la Estación de Santa Justa me esperaba María, una joven periodista que hizo las labores de manager. A fin de reconocerla acudió con un ejemplar del libro que sacudió en el aire nada más verme subir por la rampa mecánica cerrando la hilera de pasajeros.
Hola, soy María, la que hablé contigo por teléfono. Encantado, María.
Sendos besos. Cambiamos un par de comentarios: que si el nuevo trayecto del AVE, que si qué rapidez, que si sabes dónde hay un lavabo, porque la lectura de la prensa deja los dedos manchados de tinta, que si tenemos un día muy ocupado... Un taxi nos lleva a Radio Nacional. El conductor no atina con el camino por el que atravesar la Cartuja. María le indica hasta que el chófer da en la tecla y nos deja en la entrada del edificio. Una simple indicación al guardia de seguridad y nos encaminamos a los estudios. Esta chica tan simpática se desenvuelve con mucha soltura.
El entrevistador se ha leído el libro. No sé con seguridad si llevaba un cuestionario preparado, pero maneja muy bien la conversación. Con un planteamiento muy acertado, pulsa las claves justas. Es la primera vez en la mañana que hablo de Bécquer. Ha quedado algo simpático y atractivo. Espero que despierte interés.
Mientras tanto, María ha llamado a otro taxi que nos espera en la barrera: al centro, por favor, al Hotel Inglaterra. Al parecer, allí estamos citados con más gente. Durante el trayecto le comento que me ha gustado lo de antes, que el locutor no me ha preguntado lo que acostumbran preguntar quienes solo han consultado la reseña de la obra y las solapas: ¿de qué va la novela?: cuestión siempre embarazosa para quien ha invertido 240 páginas en escribirla. Frente al Hotel están montando la Feria del Libro. La miro con ganas, siempre me han gustado las ferias del libro, aunque también con algo de miedo, pues el 10 de mayo firmaré allí ejemplares.
¿De verdad que te da miedo, Alberto? Sí, María, más bien sí: presentaciones, las que me echen, pero eso de parapetarme detrás de una mesa, solo..., qué se yo, no me veo en ese papel. Tú no te preocupes, habrá gente, y también estaré yo, mi agencia pone caseta.
Que alguien me acompañe un rato me consuela. Apenas nos acomodamos en uno de los salones del Hotel cuando aparece la periodista de Europa Press. También ha hecho los deberes. Realiza observaciones sobre la trama y el fondo de Regina angelorum que ni siquiera se me habian ocurrido. Le digo que sus apreciaciones son muy interesantes. Cuando a partir de aquella misma noche comenzaron a publicar su nota algunos medios, compruebo que ha realizado un buen trabajo. Mientras llega el siguiente, nos da tiempo de tomar un refresco en un bar cercano. A la vuelta ya está Colinet, el del programa de Kronos de la CRN, en el recibidor. Le manifiesto mi alegría por ser la cuarta persona que veo esta mañana sosteniendo "Regina angelorum" bajo el brazo.
Por indicaciones del cámara, buscamos un encuadre donde no moleste la luz de la calle. De nuevo queda una entrevista graciosa. Además, después charlamos un buen rato con Colinet. Le confieso que me encanta escucharlo, que es una de esas personas que tienen el don de encantar con su relato. Almorzamos María y yo en un Mesón a dos calles del hotel. Gambas cocidas que compartimos de primero. Ella, Pez espada a la plancha. Yo, Solomillo a la mostaza. (Adviértanse las mayúsculas que preceden a cada plato.) Todo estaba cocinado con mucho amor. Porque eso se nota con el primer bocado. Inevitable en estos trances hablar de cocina. Aunque tocamos también muchos otros temas.
De ahí, otro taxi nos cruza de nuevo el río hacia Canal SUR Radio. Ahora es una mujer la encargada de entrevistarme. Se ve que se turnan los sexos. Ella insiste todo el rato en referirse a Regina angelorum como mi cuarta novela. No la saco de su error. Otra cosa es que hubiese dicho la segunda. Me pide un muy breve extracto de 30 segundos para otro corte. En mi afán por no repetirme (me aburriría decir siempre lo mismo), balbuceo un poco en la síntesis que pretendo original. Hasta ese momento casi logro no reproducir las mismas declaraciones. Salvo por Bécquer, claro, pero es que, aparte de que es verdad que me inspiré en una de sus leyendas, Gustavo Adolfo me fascina y me encuentro en la ciudad en que nació. María promete, si nos queda tiempo después, llevarme a ver su casa natal.
Volvemos al Inglaterra. Son las cinco en punto, es decir, mi organismo pide un té bajo amenaza de revolución metabólica y orgánica. Ello obliga a que nos sentemos en la cafetería con el periodista de EFE. Es el primero que me habla de usted. Choca. María también lo nota pues me lo sugiere con su mirada. Y cae por fin la pregunta tan temida, aunque esta vez aliñada de un matiz que causa cierto estupor.
Bueno, don Alberto, reconozco que no me he leído la novela, pero, entre otras cosas, pensaba preguntarle qué puede usted decirme sobre ella para que me entren ganas de leerla.

Otra mirada entre María y yo. Tras el interrogatorio oficial, el periodista apaga la grabadora para platicar ya en off the record. Entonces me informa acerca del libro que tiene escrito y que quiere editar: una colección de microrrelatos de estos que están tan de moda. Se me vienen a la cabeza las aseveraciones que vertí en la contraportada del último número de Irreverentes. Me pregunta si mi novela se ajusta a los cánones del siglo XXI. Me los describe. Le confieso que no soy un teórico de la literatura, pero que esas cosas que él asegura las recoge la crítica que he leído sobre Regina angelorum, o sea, que si me ha salido una novela del siglo XXI ha sido puro azar. Como casi todos, se extraña de que un matemático se meta en estas lides. Le hablo de Carroll (de quien le aclaro que es el autor de las deliciosas Alicias, pues no localiza de inmediato al genio inglés), de Sant-Exupéry..., de que me gustaba leer desde chico, y que mi madre me abrió una cuenta en una librería para que comprara allí lo que me viniese en gana... Total, que es de este material postgrabación del que se surtió para su nota.
Antes de partir hacia Santa Justa, María, como me prometió, me lleva hasta la casa de Bécquer. Estoy un rato mirándola. Bellísima. Qué lástima que no sea visitable un lugar de culto como ese. Ya en la estación, libero a María de su condenada tarea de lazarillo. Le confieso que he pasado un día muy divertido. Ella me halaga con parecida impresión. La verdad, estoy deseando volver el 10 a la Feria del Libro. Me quedaré esa noche en Sevilla pues hace tiempo que no paseo por sus calles.

25 abr 2008

Regina Angelorum en Granada Digital

- www.granadadigital.com
libros
Alberto Castellón reflexiona sobre la crueldad infantil en la novela 'Regina Angelorum', ganadora del Premio Felipe Trigo
24/04/2008 - 14:14
EP
El escritor y matemático malagueño Alberto Castellón reflexiona sobre la crueldad infantil en la novela 'Regina Angelorum' (Algaida), ganadora del XXVI Premio de Novela Felipe Trigo. A través de Cancú, una niña de "extraordinaria inteligencia" y poderes adivinatorios, que ejerce una "profunda fascinación" sobre los que la rodean, Castellón construye una inquietante historia en la que queda patente cómo la infancia es territorio de la inocencia pero también de una "crueldad y sadismo ilimitados" que suele perderse con los años, explicó el autor a Europa Press.
Cancú, esta reina de los angelitos, o de los demonios, tiene la capacidad de sacar lo peor de cada cual. Pero, lo interesante es comprobar cómo los niños también disfrutan y experimentan cierto placer ante la maldad", indicó. Así, el autor señaló que los "malos" resultan "muy atractivos" y resulta "difícil" resistirse a ellos. Por ello, Castellón pone al lector en la tesitura de que "desee que el malo venza". "Puede ser que al final de la novela, el lector acabe queriendo a Cancú a pesar de su naturaleza fatal", apuntó.
En este sentido, opinó que en la actualidad se piensa "erróneamente" que los niños de hoy en día son "más crueles" que los de años atrás, cuando "si les diéramos un móvil y la posibilidad de colgarlos en Youtube, acabaríamos dándonos cuenta de que los comportamientos infantiles han cambiado muy poco".
Los angustiosos sucesos que experimentan los protagonistas de la novela en la infancia regresan a sus vidas de adultos y, con ellos, el temor a que vuelvan a producirse, con la aparición de Cancú y la sucesión de una serie de episodios "extrañamente" coincidentes con otros infortunios del pasado. Esta situación empuja a Encarni y Antonia, compañeras de clase en la etapa escolar de Cancú, a acudir a una adivinadora para que les preste auxilio, punto que sirve de hilo conductor entre los diferente capítulos y saltos temporales que experimenta la novela. En estas sesiones, se darán cuenta del "peligro" de los secretos y de la "magia" liberadora de las palabras y, sobre todo, de que "acaso la infancia no termine nunca".
Según aclaró el escritor, 'Regina Angelorum' surge de una ampliación de la obra del mismo nombre que el autor presentó a la pasada edición del Premio Felipe Trigo. "Me di cuenta de que la historia podía dar más de sí y le añadí un capítulo, uno de los centrales, por lo que tuve que revisar y reestructurar la novela", abundó.
Castellón, firmará ejemplares de su novela el 10 de mayo en la Feria del Libro de Sevilla.
Alberto Castellón (Málaga, 1956), es doctor en Matemáticas y Profesor Superior de Guitarra. Inició su andar literario en la ciencia-ficción y el género fantástico, cosechando el primer premio en el II Concurso de Relatos ASCII y publicando dos de sus relatos en las antologías 'El Pequeño librito de hojas color naranja' y 'Apuntes para un experimento'. Es autor de las novelas 'Tarta noruega', con la cual ganó el II Premio de Novela Corta Diputación de Córdoba y 'Victoria y el fumador'. También obtuvo el primer accésit en el XIII Premio Alfonso Sancho Sáez de Relato con 'Conversación en el Talgo' y ha sido finalista de certámenes como el Premio Ateneo de Sevilla de Novela en varias ediciones, el Premio Felipe Trigo de Novela, el Premio de Narrativa en Castellano Vicente Blasco Ibáñez, el Premio SUR de Novela Corta y el Premio Cáceres de Novela Corta, entre otros.

22 abr 2008

Regina Angelorum en Ámbito Cultural




Ámbito Cultural El Corte Inglés de Málaga celebrará el Día del Libro presentando "Regina angelorum" (Algaida, 2008), novela de Alberto Castellón que obtuvo el XXVI Premio "Felipe Trigo".


El acto, que correrá a cargo del escritor Andrés Reina, tendrá lugar el 23 de abril a las 17:30 horas. A continuación, el autor procederá a firmar ejemplares de su obra.


8 mar 2008



Alberto Castellón presenta su novela 'Regina Angelorum'
Algaida ha publicado la obra con la que el malagueño ganó el XXVI Premio Felipe
Trigo

Noticia aparecida en Málaga Hoy (07-03-2008)

Se puede ser doctor en Matemáticas, ser profesor superior de guitarra, dar clases en la Universidad de Málaga y publicar tres novelas. Al menos, Alberto Castellón (Málaga, 1956) lo ha conseguido. Ayer, dentro del ciclo Todo está en los libros, el escritor malagueño presentó Regina Angelorum (Algaida) en el salón de actos del Museo del Patrimonio Municipal, tras una introducción de Hipólito G. Navarro. Con Regina Angelorum, Alberto Castellón obtuvo el XXVI Premio Felipe Trigo de novela, pero ya antes había conseguido el Premio de Novela Corta Diputación de Córdoba, en su segunda edición. Antes de publicar la novela presentada ayer, Castellón había publicado otras dos: Tarta noruega (2002) y Victoria y el fumador (2006).Los comienzos literarios de Alberto Castellón fueron con los cuentos, de los que consiguió incluir algunos en diversas antologías: El pequeño librito de hojas color naranja, Apuntes para un experimento y Conversación en el Talgo.Regina Angelorum tiene como protagonista a Cancú, una muchacha que al recordar los sucesos de su etapa escolar con dos amigas toma conciencia de algunas extrañas coincidencias y unos hechos algo truculentos.

2 mar 2008

Presentación en Málaga de "Regina Angelorum"





PRESENTACIÓN EN MÁLAGA DE "REGINA ANGELORUM"

El viernes 7 de marzo a las 8 de la tarde, Hipólito G Navarro presentará "Regina angelorum" en el salón de actos del Instituto Municipal del Libro (Museo Municipal, Paseo de Reding, 1). Se contará también con la presencia de Alfredo Taján (Director del IML) y Miguel Ángel Matellanes (Editor).

Espero veros por ahí. Pasaremos un buen rato escuchando a Hipólito. No os lo perdáis. Es genial.