31 jul 2008

La granizada


Entrevista realizada por Daniel Molina y publicada en la sección La Granizada del diario SUR el 29-07-2008
Para leerla completa, pinche en el titular.

Alberto Castellón, matemático, músico y escritor: «He llegado a actuar encima de un camión de verduras»
52 años/ Se define como un hombre todo terreno/ Es miembro del grupo Takirari/ Estudió Matemáticas por accidente / Planea ir andando hasta Almería/ Dice que cree en la suerte y no en el destino

UNA ENTREVISTA DE
DANIEL MOLINA

Opina Ver comentarios (14) ÁMBITOS. Alberto Castellón compagina su pasión por las matemáticas, la música y la literatura. / CARLOS MORET
Perdone que le diga pero me resulta extraño verlo con botas en pleno mes de julio y con este calor...
Las estoy domando, para ver por dónde me van a salir ampollas, porque el jueves me voy hasta Almería a pie y quiero probar el instrumento de trabajo.
¿Y ese viaje?
Pues se trata de un nuevo proyecto. A mí me encanta la literatura de viaje y siempre he tenido en mente abordar el género como escritor y éste es un viaje que siempre he querido hacer desde pequeño. Son unas carreteras que me parecen fascinantes y son las que eligen los publicistas para los anuncios de coches, las carreteras que van dibujando la 'M' de la muerte entre el monte y el mar y además que ahí han sucedido varios episodios históricos que la dotan de un carácter literario muy bonito. (Seguir leyendo...)

19 jul 2008

18 de Julio en un semáforo

Volvía anteayer caminando del centro, cuando me detuve en el semáforo de la esquina entre calle Córdoba y la Alameda Principal. Me encontraba rodeado de un grupo de jovenzuelos que integraban, sin duda, un viaje de estudios. Los mozos revoloteaban a mi alrededor con esos brincos que proceden del ímpetu de la mocedad. Hablaban con la velocidad punta del galimatías y en el umbral de sensibilidad de la sordera. ¿Decibelius? Qué va. Miles de decibelius suman unos cuantos kilobelius. Normal. Cosas de la edad. De alguna forma hay que hacerse notar, ¿no? Con tal de que un golpe de suerte me mantenga a salvo de sus cabriolas enloquecidas...
Una caravana de automóviles se acercaba por nuestra izquierda. Todos los vehículos golpeaban el claxon. Todos enarbolaban por las ventanillas banderas de España. Qué raro, ¿me habré perdido un acontecimiento deportivo? ¿Habremos ganado, sin yo enterarme, el campeonato mundial de lanzamiento de cabras desde campanarios? Me fijé mejor. No se trataba de banderas baratas de todo a un euro ni de banderines de tiendas de chinos. Amarradas a mástiles de madera auténtica, en su centro exhibían el águila orgullosa del antiguo escudo, el águila imperial con que se combatió a masones y judíos y comunistas y demás lacra deleznable.
Por supuesto, si es que el almanaque señala el 18 de julio. Con razón... Y yo con estos pelos... Seguro que este atado de nostálgicos se encamina hacia la cruz de los caídos que todavía se yergue en la puerta de las cadenas de la Catedral. Con la luz verde para ellos, pasaron justo por delante girando en la dirección que preví.
Pero en ese instante, mis imberbes compañeros de acera comenzaron a increpar a los constituyentes de ese convoy visigótico. Una señora auténtica, una anciana muy bien vestida y coetánea sin duda de Matusalén, respondía desde un Mercedes a la muchachada enarbolando el brazo extendido y articulando reiterados vivaspañas, no por flojos de volumen, menos ardientes y apasionados.
Vivaspaña..., vivaspaña...
Al lado de la buela distinguí, tanto al volante como en los asientos de atrás, aquellas camisas azul mahón con el emblema flechado en rojo sobre el bolsillo izquierdo. Verás tú, la que se va a armar, pensé. Estos pimpollos no saben cómo se las gastan los de la brigada motorizada. Nunca los habrán visto tremolar cadenas ni envainarse puños americanos ni desenvainar porras extensibles con bola en la punta. Por fortuna, no sucedió nada.
Esto me lleva a un par de reflexiones. Por un lado, la alegría de comprobar que las centurias locales de guardianes de occidente caben en apenas 10 turismos. Por otro, que lo que hace unos años hubiese terminado en grave incidente con heridos, no pasó de un intercambio de invectivas. Por fin parece que en este país se impone la sensatez sobre la arraigada costumbre del mamporro. Y por último, que no supe muy bien si denostar del todo a los falangistas. Ellos al menos tienen unos ideales, compártanse o no, en los que creen. Con tal de que no intenten imponérmelos a garrotazo limpio, la convivencia siempre será posible. Ahora bien, ¿y los niñines del viaje de estudios?, ¿qué ideales seguirán distintos de los de forrarse en un reality o emborracharse de jueves a domingo en el botellón o aspirar, como máximo, a aprobar unas oposiciones a funcionario público?

Retratos suicidas

No sé cómo acabará este asunto, aunque sí cuándo comenzó. Y es que es el jueves el día en que viene Lana a darle un repaso a la limpieza de mi casa. Le abro la puerta medio dormido. De inmediato, mientras ella se cambia en el lavadero, preparo el té que beberé hojeando la prensa en Internet. La sincronía de nuestras acciones vaticina que Lana acabe de fregar mi dormitorio entre las secciones de ciencia de El Mundo y la cultural de El País. Atiendo mis e-mails apurando la tercera taza y escuchando cómo Lana aborda el baño principal. Es ese el momento en que salgo a la calle por primera vez, desocupando mi despacho para que ella quite el polvo y barra y vacíe el cenicero y la papelera. Paseo durante una media hora, el tiempo que calculo tardará la pieza en secarse. A mi regreso, puedo por fin empezar con mi trabajo diario.
Pero este último jueves, al entrar en la habitación, encontré el estor desplazado de su posición habitual. Colgaba por delante del velón de aceite que adorna la librería adosada al pie de la ventana. En el suelo, dos de los retratos reposaban boca abajo: uno de mi mujer con cinco años, la típica fotografía escolar de los sesenta en que el alumno se inclina sobre un libro enorme y un mapa mundi recorta el fondo, y otro mío, fósil de una de las orlas universitarias en que figuro como profesor. Tiré de la cuerda. En efecto, Lana había abierto la hoja por completo, algo que nunca hago con el estor bajado pues se corre el riesgo de que un golpe de viento infle la cortina como una vela provocando la caída de los objetos de la repisa. No obstante, aquello no tuvo importancia. Ninguno de los dos cristales se había siquiera agrietado. Solo uno de los marcos se abría por una esquina, que encajé de nuevo de un fácil apretón.
Sin embargo, esa misma tarde, me vestía después de la ducha cuando se cayeron a mi espalda otros dos retratos de la mesita de mi alcoba. Ahora se trataba de mi hija mayor togada para su graduación del bachiller, y del marco de bronce con una estampa antigua de la Virgen de la Victoria que heredé de mi madre. ¿Los tiraría yo mismo sin querer con el vuelo de la camisa al ponérmela? Quizás. Y a eso de las diez de la noche, la casa nos recibió a mi esposa y a mí con otros dos retratos sobre las baldosas, el de mi perro Fleky, un pequeño cuadrito que le trajeron los Reyes Magos con un hueso en su parte inferior, y el de mi hija menor vestida de gitanilla para la feria. Las explicaciones de estos hechos se hacían ahora difíciles. Máxime teniendo en cuenta que el terral nos obligó a cerrar todos ventanales a fin de mantener la casa fresca.
Y más extraño aún fue el golpe que escuchamos desde la cama, recién acostados. Me levanté con la intriga de ver qué ocasionó el ruido. Nada en el corredor. Nada en los dormitorios. Nada en la cocina ni en el distribuidor. Pero sobre las baldosas del salón descansaban, cómo no, boca abajo, otras dos fotografías, la de mis suegros en sus bodas de plata, y la de mi padre encorbatado y sonriendo a la cámara.
Y el fenómeno del desplome fortuito de retratos sigue produciéndose sin que se sepa su origen, siempre de dos en dos, siempre aterrizando boca abajo, siempre los de sobremesa, nunca los golgados de las paredes, siempre sin daños, nunca asistiendo a la trayectoria a que los somete la gravedad, siempre con el hecho consumado de su derribo. Y no hay más patrones que proporcionen indicios sobre el suceso. Igual se precipita un pariente que un grupo de amigos, una escena familiar que una fiesta, un recuerdo de un viaje por España que un ídolo del cine, un marco de plata que un simple vidrio con soporte trasero.
Qué curioso, ¿verdad?
Acabo de colocar todos los retratos de mi piso tumbados boca abajo. Quiero ver qué ocurre. Más adelante contaré el resultado de la experiencia.

17 jul 2008

Hoja de ruta

Tras unos días de planificación, ya tengo confeccionada la hoja de ruta de mi inminente viaje a pie por la antigua carretera Málaga-Almería. La cuelgo aquí por si algunos de vosotros, lectores de este blog, coincidís conmigo en esos lugares y fechas.
Día 24 de julio: Málaga-Torre del Mar (22 Km)
Día 25 de julio: Torre del Mar-Maro (20 Km)
Día 26 de julio: Maro-Almuñécar (21 Km)
Día 27 de julio: Almuñécar-Punta de Carchuna (29 Km)
Día 28 de julio: Punta de Carchuna-Castell de Ferro (11 Km)
Día 29 de julio: Castell de Ferro-El Pozuelo (24 Km)
Día 30 de julio: El Pozuelo-Almería (73 Km)
Los 73 quilómetros de la última etapa son engañosos pues en Adra me montaré en un autobús que me lleve hasta Aguadulce. En este tramo, la primitiva N-340 está machacada casi por completo por la nueva autovía, haciendo así imposible recorrerla andando.

13 jul 2008

Un proyecto en marcha

Años hacía que un proyecto literario me rondaba por la cabeza: escribir un libro de viajes. Como lector, admito que siempre me atrajo este subgénero de la narrativa. Mi primer recuerdo creo situarlo en una obra de una colección infantil, En busca del país de la canela, de la que olvidé el autor, y que novela el descenso del navío de Francisco de Orellana por el río Amazonas. Muchos son los títulos de semejante tenor que abordé, desde el archiconocido Viaje a la Alcarria del universo Celiano, hasta la monumental Iberia en dos tomos con que Manuel de Lope recorre todas las regiones de España. Los últimos que he leído se desarrollan en el norte de la península, El Transcantábrico de Juan Pedro Aparicio, y El río del olvido de Julio Llamazares. Hasta tal punto me seduce este tipo de literatura que algunas veces he planeado mis vacaciones usando estos volúmenes como guías turísticas. La Al-Andalus medieval me fue susurrada al oído por José Manuel García Marín. Contemplé Coimbra con los ojos de Unamuno, el nacimiento del Ebro con los de don Camilo, o los campos de Níjar a través de las gafas de Juan Goytisolo. Sin moverme de mi casa, viajé por toda África con Kapuscinski de cicerone, pasé 7 años en el tíbet acompañado de Harrer Heinriche y di la vuelta al mundo varias veces persiguiendo a Julio Verne, a George Remi (Hergé) o a Blasco Ibáñez.
Con tales antecedentes, más tarde o más temprano debía abordar un libro de viajes como autor. Durante mucho tiempo he barajado dos proyectos, remontar el río Guadalhorce desde su desembocadura hasta el nacimiento, y recorrer a pie la carretera Málaga-Almería. En los últimos meses, la segunda de las opciones ha salido a relucir varias veces en mis conversaciones. Incluso me refiero a ella en una entrada antigua de este blog. He interpretado estas casualidades como signos del destino que han terminado por decidirme.
Llevo unos días planeando la singladura que acometeré a finales de este mes de julio. Constará de 9 jornadas de entre 18 y 25 quilómetros con dos breves trayectos en autobús. Ahora mismo me encuentro en la fase de recopilar documentación. La geográfica la llevo bastante avanzada. No menos interés despierta la de índole histórica, pues la carretera Málaga-Almería ha sido el escenario de terribles episodios que solo muy recientemente comenzaron a divulgarse. También habré de hacerme con información artística, cultural, industrial o arqueológica. Y otro foco de mi atención se centra en las costumbres, las supersticiones y las leyendas de las gentes que habitan las tierras por las que caminaré.
Si algunos de vosotros, lectores de este blog, disponéis de cualquier apunte sobre el particular, os agradeceré que me lo comuniquéis. Prometo tenerlo en consideración.

"Tarta noruega" en el "Patrimonio literario andaluz II"

El pasado jueves 10 de julio se presentó en el salón de actos de UNICAJA el libro Patrimonio literario andaluz II, en el que se incluyen 18 artículos de sendos investigadores sobre autores nacidos o radicados en Andalucía. Como sugieren el título y el ordinal, se trata del segundo volumen dedicado a estudiar a los escritores andaluces clásicos, ocuparse de los desconocidos, resucitar a los olvidados, y dar noticia de los nuevos. Así lo asevera en el prólogo, y no hay nada que induzca a dudarlo, su editor, Antonio A. Gómez Yebra. Me enteré del evento casi por casualidad, porque mi mujer lo escuchó en la radio, ¿sabes que hoy Antonio presenta un libro?, y me acerqué por allí sin saber siquiera cuál.
Conocía a varios de los asistentes. Aparte de Antonio, claro, al poeta Paco Ruiz Noguera, que firmaba uno de los estudios del volumen dedicado a Antonio Soler (no veía a Paco desde mi pertenencia al grupo “Banda de mar”), a Laura Olarte Stampa, antigua compañera con la que coincidí en el Instituto de Bachillerato Emilio Prados y que también suscribía otro de los opúsculos, y a Ramón Muñoz Chápuli, colega de la Facultad de Ciencias y de actividades narrativas, aunque él especializado en el cuento, género en el que ha obtenido excelentes frutos. Ramón concurría en calidad de consorte, pues su mujer también publicaba una colaboración.
Nada más saludar a Antonio, este me sorprendió con el hecho de que se iba a mencionar mi primera novela, Tarta noruega, que él mismo presentó hace 6 años en el salón de plenos de la Diputación de Málaga. Compartiendo mesa con la anfitriona, comenzó el acto con los agradecimientos entre ambos, no por reglamentarios, menos sinceros. Antonio resumía cada uno de los trabajos tocando las teclas justas para que despertara el interés por su lectura. Conforme describía el contenido de los artículos, calculaba en mi mente el orden en el que los afrontaría como lector. Por descontado que coloqué el primero, dada mi condición de, por qué no admitirlo, discípulo influenciado, el referido a Antonio Soler.
Y fue llegado el turno de su propia aportación, titulada Novela histórica en tres escritores andaluces, donde me vi, junto a los consolidados Jesús Maeso de la Torre y Antonio Prieto, compartiendo el portaobjetos del microscopio de Gómez Yebra. Sobre Tarta noruega, Antonio defendió su carácter de novela histórica, frente a la opinión de algunos críticos que no la consideran como tal. Confieso que en ese instante me enteraba de la existencia de una controversia que me era ajena. Normal. Una vez que el autor ha dado a luz su obra, son otros los encargados de adjetivarla con más derecho incluso que el que la escribió. Por otra parte, no creo que mi papel de examinado me permita comentar aquí nada más acerca del artículo de Gómez Yebra, salvo que me satisfizo bastante. Sé que es un tópico referirse a las novelas como hijas, pero es un tópico verdadero al fin y al cabo. Y qué padre no se siente orgulloso de que hablen bien de sus hijas. Pero el motivo que me inspiró esta entrada de mi blog se produjo más tarde, durante el turno de preguntas del público.
Un desconocido que se sentaba a mi derecha, barbudo, recio y de voz vehemente, finalizó su segunda intervención con unas palabras que recuerdo casi con exactitud: Quiero añadir que Tortilla noruega es un hermoso homenaje a las madres malagueñas. Antonio corrigió en seguida al señor barbudo de complexión recia y vehemente voz: Tortilla no, tarta, Tarta noruega, y sí, coincido plenamente en ello: más aún: Tarta noruega es un homenaje a una madre muy concreta. El autor está presente en la sala: si quiere decir algo…
Me moría de la vergüenza. Qué queréis que os diga, queridos amigos. Por supuesto que no abrí la boca ni moví un músculo de la cara ni articulé el menor gesto que indicase que era de mí o de mi madre de quienes hablaban. Y de quererlo, tampoco podría haber pronunciado más de una frase sin delatar mi emoción. Porque gracias a los lectores de Tarta noruega mi madre es algo más que un nombre escrito en un papel.
Lo cuento en la novela. Pocas horas antes de enterrar a mi padre, abrimos el periódico en el tanatorio para comprobar la publicación de la esquela. Allí estaban las dos, la nuestra, y la que le puso la academia. Y mi madre exteriorizó el sentimiento exacto que me amargaba desde la víspera: Un nombre escrito en un papel, repetía sin levantar la vista de aquella página impar, en eso quedan las personas, en un nombre escrito en un papel… Porque fue en la noche anterior, al acercamos al Hospital a hacernos cargo del cadáver, cuando me quedé consternado al leer el nombre de mi padre escrito a bolígrafo en una hoja de papel y adherida con Fixo al cristal que nos separaba de sus restos. Aquél fue el momento real de la muerte de (mi) padre, escribí entonces, la constatación por escrito del fin de su existencia, la lectura de su nombre escrito en un papel. (…) La fuerza de lo escrito moviendo más impulsos que lo hablado o lo archisabido.
Y conducía con mi esposa en el asiento de mi derecha por los carriles del cementerio, nunca he narrado esta escena, sumidos los dos en el silencio de las despedidas vitalicias, sin decirnos nada, encabezando por casualidad el convoy de dolientes, justo detrás del coche fúnebre, con la mirada fija en el ataúd que se vislumbraba tras su ventanilla trasera, mientras no dejaba de repetirme mentalmente que aquello no podía acabar así, que tenía que escribir algo, que debía vengarme de la desolación provocada por un nombre escrito en un papel escribiendo ese mismo nombre en más papeles.
Un par de años más tarde se publicó Tarta noruega. Allí, en sus hojas de papel crema, aparece escrito multitud de veces el nombre de mi padre, don Luis. Así lo conocía media ciudad. Mi madre también aparecía. Cómo no, puesto que le endosé el papel de narradora-protagonista.
Y luego fue precisamente Antonio Gómez Yebra quien presentó el libro en Málaga. Y en la fotografía para el Diario SUR se reconoce a mi madre al fondo. Y cada vez que el periódico ha tirado de archivo para ilustrar alguna noticia relacionada con mis obras y vuelve a publicar la instantánea, o cada vez que un investigador o un lector se ocupan de Tarta noruega, o cada vez que un desconocido barbudo de complexión recia menciona el asunto con su voz vehemente, ratifica que mis padres son algo más que dos nombres escritos en los papeles.