22 dic 2009

Dichosos aerogeneradores

El pasado jueves, acompañado de mi buen amigo y también escritor Miguel Gómez Yebra, recorrí las Mesas de Villaverde, un imponente promontorio de arenisca rodeado de tajos cuyas escarpaduras sirvieron de baluarte defensivo a la rebelión mozárabe-muladí que encabezó Omar ben Hafsún a finales del siglo X. Hasta tal punto se retuerce allí la geología, que justo en la cumbre se ubicó el embalse de La Encantada. Así, por la noche, cuando disminuye el consumo eléctrico, se bombea agua desde el río Guadalhorce, almacenando la producción sobrante de energía hidráulica en forma de energía potencial, para recuperarla a la mañana siguiente por medio de otro salto casi vertical.
Todavía recuerdo el impacto que, de niño, me produjo aquel paraje fascinante, cuya estampa más emblemática y miles de veces reproducida la constituye el desfiladero de Los Gaitanes. Al Este, el electrocardiograma de la sierra de Las Aguas recorta el más difuminado telón de fondo de la de Alcaparaín. Al Norte, una superficie cubierta de pinares, madroños y chaparros desciende hacia la zona de los pantanos a bordo de una especie de sábana agitada por los dioses. Más allá, las ruinas de los castillos de Teba y Turón contribuyen al carácter triste y poético del paisaje. En dirección antípoda se observa casi toda la provincia, La Maroma, que ya se habrá vestido de blanco nieve con el temporal de estos días, la sierra de los Camarolos, la de Las Cabritillas, la de El Torcal. Más cerca, el monte Hacho vigila a la población de Álora y la cabecera de la vega del Guadalhorce en la que destaca el viaducto de las Piedras sobre el que circula el AVE. Y si uno contempla este horizonte desde una atalaya propia para que los superhéroes emprendan el vuelo, encarando el Oeste sucede todo lo contrario, uno se siente empequeñecido ante la pendiente sobrecogedora que, al otro lado de la vaguada, asciende hasta el pico de Huma, o “La Jumá”, como la pronuncian los lugareños. Quizá el nombre provenga de que, sople el viento que sople, de la cima de la montaña surge una bocanada de humo que, a modo fumarola volcánica, se alarga en horizontal como una veleta gigantesca. Y esta mañana en que Miguel y yo buscábamos los restos de la ermita rupestre de Bobastro, La Jumá también fumaba alimentada por las heladas rachas de poniente. Tanto atractivo me infundieron aquellas maravillas en mi primera visita de hace lustros, que redacté entonces el cuento con el que gané el concurso de narraciones infantiles que convocaba la Televisión Española de los sesenta.
Sin embargo, en esta última ocasión ya no era igual. Apuntara las pupilas hacia donde fuere, difícil no toparse con una batería de aerogeneradores ahuyentando con sus amenazantes aspas cualquier tipo de encanto. Cada uno de aquellos tremendos postes, con sus 40 pisos de altura, contribuía a alejarnos de la naturaleza, a recordarnos a la mano del hombre transformando, ahora para peor, la geografía física. Podréis argumentar, queridos lectores de este blog, que igual puede aseverarse de las ruinas de los castillos y de las ermitas y, con mayor razón, de los embalses, saltos de agua, sembrados o viaductos. Pero no es lo mismo. Por supuesto que no es lo mismo. Todo lo mencionado son obras humanas, sí, pero las últimas, no adivino por qué, se integran en el paisaje con mucha más frescura que aquellos espantosos molinetes que rompen el horizonte con sus feroces movimientos.
De vuelta a casa, con ingrediendientes de desánimo e indignación en el alma, me entretuve tecleando en Google. Al parecer, una plataforma en Cantabria intenta evitar lo propio en sus valles del sur. Tuve la suerte, hará un par de veranos, de recorrer aquella espléndida zona, de nuevo con flora y fauna autóctonas y salpicada de coquetas ermitas rupestres. El paralelismo se evidenciaba. Os invito a entrar en su web y a reproducir alguno de sus contundentes vídeos. En uno de llos, la cámara barre el bellísmo paraje de derecha a izquierda, mostrándolo tal cual se encuentra hoy. Y luego deshace su camino simulando cómo quedará tras la implantación de aerogeneradores prevista. Desolador, os lo aseguro. Y también encoge el corazón otra película en la que un buitre se desploma desde 40 metros de altura abatido por una de aquellas aspas asesinas. En otros foros vi cómo se desmontaba el cuento de la bendición ecologista oficial para estas plantas industriales que ocupan hectáreas de monte. Os lo resumo: en vez de solicitar el estudio de impacto ambiental de un conjunto de 70 aerogeneradores, se solicita para 7 campos de 10 aerogeneradores cada uno. Todos pasan el examen. Pero el resultado sigue siendo el de 70 moles destruyendo a la poesía y a la vida. E incluso contratan a partidas de trabajadores (lo confiesa un forero que participó en ellas) para que retiren los cadáveres de las aves antes de que llegue la inspección.
No entiendo por qué se recurre masivamente a este tipo de energía. Ya somos líderes mundiales en tamaños desmanes, y aún pretendemos emplearnos en ello con más ahínco. Me pregunto qué tiene de malo la energía nuclear. La totalidad de los megavatios producidos por los molinetes puede suplirse con un solo generador nuclear de ciclo abierto, de los que queman sus propios residuos, eliminando así el problema de almacenarlos. Energía segura, por completo limpia y, además, mucho más barata. La otra, la eólica, entre su coste de implantación, las subvenciones y las primas, nos acribilla en recibos mensuales. Y en esta entrada no llegaré a hablar de la fotovoltaica, pero otro tanto pinta.
A este paso, las llanuras españolas verán sustituidos sus cultivos de cereales y verduras por huertos solares, las colinas se cubrirán de aerogeneradores, y solo contemplaremos los paisajes en los lienzos de los museos.
¿Será verdad que el mundo ya no es de nadie, salvo del viento?
Qué lástima de inteligencia... Dichosos aerogeneradores…

12 dic 2009

Memoria histórica

Si a fecha de hoy se teclean en Google News los términos de búsqueda “General Torrijos” o “José María de Torrijos” o “fusilamiento de Torrijos”, apenas si aparecen en pantalla un número de referencias que supere al de dedos de una mano. Debe extrañar esta circunstancia cuando el 11 de diciembre se produjo el aniversario de la ejecución. Las noticias sobre el particular se reducen a una recreación de los hechos realizada el pasado martes 8 por la Asociación Torrijos por la Libertad, una instancia al Ayuntamiento de Málaga a que lleve a efecto el acuerdo unánime de todos los grupos acerca de instalar un Centro de Interpretación en el antiguo Convento de San Andrés, el homenaje floral que el Alcalde presidió en la plaza de La Merced y la columna semanal que escribe Pedro Aparicio en el diario SUR. Pues bien, la lectura del texto de Aparicio me ha tocado la fibra sensible. Así se lo he comunicado en el e-mail que le acabo de enviar. Porque además de la propia historia del liberal y su tripulación, ya sobrecogedora de por sí, se suma, en mi caso, el de emotivas evocaciones familiares.
No recuerdo bien si fue en una visita al Museo del Prado o en alguna exposición itinerante por provincias. Entonces era yo un chavea. Pero sí que vienen a mi mente las palabras de mi madre, las que pronuncia mientras señala con su índice extendido a la base del imponente cuadro de Gisbert. En concreto, a la esquina inferior derecha. Allí yace un sombrero de copa, tumbado, polvoriento, ya sin dueño. El sombrero de un cadáver, sin duda. He consultado críticas y comentarios que los expertos han vertido sobre esta obra maestra: Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros. En ellas se habla de la composición de los personajes, de las manos que entrelazan entre sí los condenados, del pelotón difuminado al fondo, de los ya ajusticiados que se desploman a sus pies… Pero mi madre se fijaba en el sombrero de copa, el sombrero de un civil. Según ella, toda la fuerza de aquella pintura se centraba en el sombrero de copa. Toda su crítica, toda su potencia expresiva, todo su alegato contra la iniquidad, todo ello resumido en un sombrero de copa que se sitúa abajo y a la derecha, en el lugar que la gramática reserva al punto y final. Es en ese complemento, es en esa prenda de vestir con que los humanos se cubren el órgano de pensar, es en ese sombrero de copa en el que ella vislumbra el símbolo de la libertad derribada por un tirano.
Mi madre me contaba que el lienzo visitó la ciudad de Málaga durante la República. Entonces era ella la niña. Y fue mi abuelo, Napoleón Serrano Barés, a quien no llegué a conocer, el que la llevó a contemplarlo. Y también el que le señaló el sombrero. Afirmaba mi madre que quedó sobrecogida por la imagen del aquel óleo gigantesco. Pero lo que más la estremeció fue el solitario sombrero de copa, alejado de los figurantes, tendido, mostrando el forro interior y dibujando con el ala una especie de O mayúscula deformada por el fracaso.
No sé si alguna vez coincidiré con mis hijas frente al cuadro de Gisbert, pues creo que se encuentra expuesto en la sala 61a de la pinacoteca madrileña, o ante la copia de Ceferino Castro que conserva el Ayuntamiento de Málaga. Quizás alegaréis que hoy en día puede buscarse para ello cualquier reproducción en Internet. Aunque no sería lo mismo, claro que no, una versión digital que plantarse ante el auténtico. Pero si es así, no dudéis, queridos amigos de este blog, que extenderé mi dedo índice en dirección al sombrero que reposa sobre la playa de El Bulto. Y que procuraré reproducir las mismas palabras que escuché de mi madre, y ella de mi abuelo.
Así habré contribuido a mantener la verdadera memoria histórica, la que merece la pena de memorizar pues nos une en el homenaje a nuestros héroes.

2 dic 2009

Día Mundial contra la discriminación de las mujeres barbudas

Queridos amigos, el pasado sábado, invitado por el Presidente del Parlamento autónomo, concurrí a los actos programados para el Día Mundial contra la Discriminación de las Mujeres Barbudas. No adivino la razón de por qué pensaron en mí. De hecho, en toda mi obra narrativa no hay la menor alusión a féminas barbiluengas. Ni siquiera a pelusillas en el bigote de alguna anciana. Cierto que los servicios de protocolo convocaron a numerosas personalidades del mundo académico, literatos, artistas, políticos de todas las tendencias, músicos, adivinadoras de renombre y a los mejores payasos del panorama internacional. De ahí que me sintiese muy honrado de que hubieran contado conmigo para integrar aquella abigarrada nómina de prestigiosos personajes, así como del lugar de privilegio que me reservaron en la tribuna que presidía la Ministra de Igualdad. Aunque no llegué a intervenir pues solo hablaron las autoridades y los oradores previstos, contribuí con mis gestos de asentimiento a la lucha contra la injusticia que tocaba librar aquella jornada.

Ahora bien, fascinado por el discurso que pronunció la célebre poetisa Josefina Villabuena, no pude evitar pedirle después el texto para entresacar de él los párrafos más brillantes y reproducirlos en este blog, por supuesto que con el permiso de la autora. Helos aquí:

Ha llegado el momento de decir basta. Basta ya de machismo de cayado y honda. Basta ya de la dictadura de los modelos arcaicos de belleza. Basta ya de plegarnos a la oligarquía de la industria cosmética. Basta de acudir a escondidillas a los depiladores láser. Basta ya de la segregación circense a que nos han sometido todas las culturas desde el calcolítico. Porque os aseguro a vosotras, amadas compañeras de batalla, que la nuestra, la cultura de las mujeres barbudas, es una cultura tan digna y tan rica y tan plena de matices como cualquier otra. Desprendámonos del burka de la vergüenza. Mostremos nuestras hirsutas mandíbulas con orgullo, nuestras perillas, nuestros mostachos, nuestros bigotitos recortados con gracia, nuestras patillas como telón de fondo de zarcillos y aretes, nuestras vellosidades faciales multicolores, ora barbirrubias, ora barbirrojas, ora barbicastañas, ora barbicanas, e incluso, por qué no, barbiteñidas. Desde este estrado, admirada, contemplo vuestro valor. No solo la mía, sino cada una de vuestras barbas, es una bandera de libertad, un gallardete insignia, un estandarte de honra y de conciencia social que hay que blandir sin sonrojo, como un signo más de nuestra condición femenina, en paridad con el resto de atributos que eones de educación opresora han adjudicado a nuestro sexo. Pregunto a la historia, a la religión, a las obsoletas instituciones de tiempos pretéritos, a los publicistas, a los asesores de imagen, a las tiránicas corrientes que todavía, en pleno siglo XXI, pretenden imponernos una moda y un estereotipo encorsetado, ¿por qué razón se empeñan las mentes retrógradas en reservar a los hombres el monopolio de la barba?

(…)
Por otro lado, si nos congregamos en esta fecha tan entrañable, es porque nuestro problema no consiste exclusivamente en una cuestión estética. Hay discriminación. Y todas lo sabemos o lo hemos sufrido en algún momento de nuestra difícil existencia. Las estadísticas no mienten. Según el último informe del Comité de las Naciones Unidas para la Igualdad de Género Capilar, no existe una sola compañía aérea en cuya plantilla figuren azafatas barbudas. Nos contratan, sí, para eludir las sanciones de la legislación actual en materia laboral, pero como oficinistas que nunca trabajamos de cara al público. Y la situación empeora aún más en el ramo de la publicidad o el comercio. Por poneros un ejemplo, en nuestro país solo se tiene constancia de una dependienta barbuda, y esta ejerce en un sexhop especializado en fetichismos. No hay derecho. Repito: basta ya.
(…)

Por fortuna, los grupos parlamentarios progresistas, de los que hoy nos acompañan varios representantes, han hecho coincidir este Día Mundial con la presentación del proyecto de Ley que pondrá fin a tanta iniquidad. Quiero agradecerte aquí, Ministra, y en público, los desvelos que has mostrado hasta desembocar en esta importante iniciativa de tu cartera. Una vez que se apruebe, cualquier discriminación por razones pilosas será considerada un delito penado con multa, indemnización y cárcel. Esperemos que las fuerzas reaccionarias no se opongan a estos avances en materia de igualdad. Vislumbro vuestros rostros de satisfacción al anunciaros estas medidas. Debajo de vuestras barbas de chivo, de vuestras moscas, de vuestras sotabarbas, de vuestras barbas de abanico, de collar, a lo Velázquez, a lo Quevedo, a lo Napoleón III, adivino centenares de sonrisas.

Deseo, queridos lectores de este blog, que os haya interesado esta breve crónica.